Ayer, un sociólogo, de cuyo nombre quiero acordarme pero no puedo, oiga, decía en Telecinco a modo de crónica de los Oscar, que Penélope, “nuestra Penélope lucía un vestido muy difícil, pero lo ha defendido muy bien”. Debe de ser que nunca he entendido de pasarelas ni de trapos, ni de Penélopes, pero no sé si estamos hablando de cine, de moda, o de las dos cosas. ¿Qué demonios es eso de defender un vestido? Y además, ¿por qué dice que Penélope es nuestra? ¿Nuestra de quién, de Alcobendas, de Madrid, de España, de Europa, de su padre y de su madre, de los sociólogos…? Ya se habla más de la alfombra roja que de la gran pantalla. No sé si ése es el objetivo de los Oscar, pero con tanto glamour en almíbar y tanta vaina han logrado que acabe por perder totalmente el interés en las estatuillas dichosas.
El sociólogo, del que sí recuerdo que lucía un bigote de esos que dicen “aquí estoy yo”, así, a modo de laberinto frenético, hablaba de la elegancia de ellas y de la corrección de ellos, “no como en los Goya”. Decía el señor del bigote en ristre que los actores españoles no respetan las normas y que llevan vestimentas que deberían guardarse para las fiestas de cumpleaños de sus amigos y no para galas como las de los premios del cine español. Parece que lo secundario es eso del cine, de la interpretación, de la fábrica de sueños, del fotograma, de la actuación. Los Oscar no dejan de ser unos premios de una academia estadounidense. Aunque para muchos parece tratarse de un dogma. Ahora mismo tienen la misma credibilidad y autoridad que los Premios Nobel. Por cierto, que a la Academia se le escapó la mejor interpretación masculina del año. El Oscar merecía reposar en el dormitorio de Obama por su papel en “Yes, we can”, un filme que embobó a millones de espectadores.
Pero, como me he prometido ser positivo y buscar siempre el lado bueno de las cosas –a ver si el proyecto me dura 24 horas- voy a reconocer que al menos, nadie dijo ayer que la culpa de que “nuestra” Pe no ganase el Oscar fuese de Zapatero. Bueno, eso creo, porque últimamente no escucho a Federico. Hala, arranco hoy, pues, con esta dosis de optimismo beligerante. Y al realismo, que le den.
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