La primavera hace brotar encuestas de cazuela, horno y picadillo. “Precocinadas”, jalean algunos desde el rubor y el delirio; es la batalla ideológica que baila al son de la propaganda. Los encuestados son, a menudo, seres imaginarios, que merodean los pensamientos de antaño de Tolkien. El frenesí deductivo sacude su pelusa ante el asombro de los observadores. Los encuestadores replican los lienzos del encargo con mimo, esmero y pleitesía: el presunto racionalismo no es más que el esperpento masoquista de una población anonadada, sumisa y contemplativa en su eterna mayoría. Las encuestas revolotean atolondradas, caprichosas, estériles, desplazando con sus alas el rubor de lo inverosímil. La realidad es inverosímil. Ése es su reinado, el de la incredulidad que vence a la luz de la luna, cuando el silencio ampara la mirada de los enamorados.
El encuestador es un señor serio, adaptable, cumplidor y entregado a la causa: siempre logrará que su cliente salga satisfecho de las fechorías y los cuestionarios. Uno sabe que si encarga la encuesta es para ganarla, siquiera sea grabando a fuego en la retina de los encuestados que el caballo blanco de Santiago era absoluta e irresistiblemente negro. El encuestador es un prestidigitador de los datos y los antojos; un faquir trompetero pinchando música en una fiesta hippy; un creador de ensoñaciones; un repartidor a domicilio de deseos y otras piltrafas de lo imposible.
“Precocinadas”, ruge el personal escéptico que basa su escepticismo en la modulación y alteración de una encuesta rival. “Precocinadas”, reparte el eco engullido en sus propias huellas. “Precocinadas”, espetan enfurecidos y los ojos entregados a la sangre de la violencia los que ya preparan cuestionarios prêt-à-porter. La sonrisa ya no va por barrios; ahora lo hace en alfombras mágicas que sobrevuelan las mentiras, lanzando encuestas sobre las trincheras enemigas, buscando la desmoralización de sus extáticos moradores.
“Precocinadas”, “precocinadas”, se desgañitan revolviéndose con virulencia los fantasmas de las portadas y editoriales de encargo. Y cuando te acercas y les preguntas por qué se alteran, te miran con desprecio y se ahogan en su propio “No sabe/No contesta”
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