Una tostadora para el pan nuestro de cada día. El regalo de Esperanza, que le va a dar mermelada a Mariano como éste falle en las elecciones de marzo. Una tostadora para dejar huella, esa doble “pe” que se retuerce entre tinieblas y maquinaciones. Esa doble letra que da comienzo a perturbaciones, pelagatos, perversidades y patéticas pócimas. Una tostadora para quemar, para marcar el desayuno de los periodistas, a los que les marcan la dieta obsesivamente. Una tostadora con la marca registrada de la gaviota siniestra. A Mariano se le atraganta el carisma, a Gallardón las baronesas, a Esperanza su mirada de pícara políticamente insaciable. A Josemari Aznar, el visitador, se le atraganta la verdad, a Zaplana su estancia en la nevera –acostumbrado él a los rayos del sol artificial- y a Acebes las furgonetas, que aún sigue buscando en sueños.
Una tostadora, para recordar cada mañana a los contadores de cosas quién les da de comer, y que se acuerden, de paso, qué relación tiene su medio con la cosecha. Un pequeño electrodoméstico defenestrado por la modernidad y el protagonismo estelar de microondas, lavavajillas y otros lujos de los nuevos tiempos. Espe y su cuadrilla olvidaron repartir mantequilla. Hubiera sido el último tango en Madrid.
Una tostadora. Un tostón de trimestre que nos espera. Y Aznar se prepara su emparedado de crema de cacahuetes. Ese último mordisco aznariano a la rebanada con el logo del PP me ha recordado el Saturno devorando a su hijo de Goya. La digestión se prevé pesada.
Comentar