Inés sonrió ayer al abandonar la prisión de Teixeiro, en A Coruña. Y esa sonrisa supuso un puñal retorciéndose sobre las heridas aún abiertas en la memoria de sus víctimas. Es una escena que se repite y que se ha producido en un sinfín de ocasiones en aquellos países que no cuentan en su sistema penal con cadena perpetua ni pena de muerte. Escoltada por amigos y familiares, la etarra, privada de libertad durante 26 años y tres meses, recuperaba la libertad. Esa misma libertad que ella negó a 24 seres humanos acabando o ayudando a acabar con sus vidas. Inés, ya en el interior de un vehículo esbozaba una sonrisa. Esa misma sonrisa que ella ha arrancado a los familiares de sus víctimas casi de por vida. Una sonrisa, la de Inés, que hiela el corazón de muchos y que somete a una buena parte de la sociedad a un debate que va más allá de lo estrictamente legal. Es un debate ético y moral acerca de qué debe hacer una comunidad con sus más despiadados asesinos. Y esa reflexión es previa a la determinación de las leyes.
Tiempo tuvieron los legisladores para ponerse de acuerdo, pero el terrorismo, y más bochornosa e hirientemente algunas de sus víctimas, fueron a menudo un comodín para políticos desalmados y faltos de escrúpulos, por más que vieran caer en numerosas ocasiones a compañeros de filas. Legisladores, de variada ideología y tonos cromáticos, incluyendo los del cinismo, la manipulación y el manoseo del dolor ajeno, que tuvieron muchos años para hacer las leyes. No son pocos los ciudadanos que ahora se rasgan ahora las vestiduras, pero ¿cuántos de ellos depositaron su voto en las urnas comprobando lo que decían los partidos acerca del cumplimiento de las penas o de sus consideraciones acerca de las condenas y del carácter y extensión de las mismas?
La ley, nuestra ley, la ley que hemos convenido otorgarnos, o que nuestros representantes han decidido, con nuestro respaldo en las urnas, otorgarnos, señala que Inés ya ha cumplido la pena establecida para ella por sus crímenes. Para muchas víctimas se trata de un precio escaso. ¿Acaso no resulta esto comprensible? Pareciera, por momentos, que aquello de Dura lex sed lex se refería a las víctimas, y no a los verdugos, y que la dureza de la ley se hubiera transformado en crudeza para las víctimas por el limitado e insuficiente carácter punitivo de esa lex.
Sin embargo, esta reflexión acerca del terrorismo y sus víctimas conviene circunscribirla a nuestra Historia, a experiencias anteriores y a la supuesta persecución de la Justicia como máxima, como valor intrínseco de una sociedad justa, tanto con sus víctimas como con sus asesinos. Y es entonces cuando uno constata que esta España cuenta con un doctorado cum laude en el olvido y menosprecio a sus víctimas. No son pocos los asesinos y torturadores que cuentan con calles y monumentos en varias ciudades. Quienes sometieron a este país a un régimen totalitario, con ausencia de libertad, basado en la represión mediante el uso de la violencia y el terror, cuentan con un homenaje artístico, histórico, plástico y cultural en placas, esculturas y símbolos que se han convertido con los años en perversas sonrisas eternas. Y las víctimas han tenido que vivir con ello el resto de sus vidas, paseando, por ejemplo, por la calle del General Mola, quien diera aquella consigna de “sembrar el terror, eliminando sin escrúpulos a todos los que no piensen como nosotros”. Víctimas derrotadas, haciendo de tripas corazón, mientras los ecos del Estado despedían alabanzas a quienes imponían un modelo basado en el terror y la violencia para imponer su modelo de nación. Esa España que algunos quieren enterrar en el pasado está presenta en la España actual. Es la misma España. La España amnésica que no ha saldado ni rendido cuentas a las víctimas. La España que de manera consciente y premeditada no ha querido hacer justicia. La España que ha obligado a las victimas, durante décadas de sumisión, impotencia y silencios, a bajar la mirada al cruzarse con el verdugo sonriente. La España que glorifica a los terroristas de un régimen dictatorial a cuya máxima figura mantiene en un mausoleo lujoso construido por la mano de obra esclava de los “vencidos”. La España que hoy se levanta revuelta ante la contemplación de la sonrisa de una etarra que disfrutará ya de libertad.
Algunos vocingleros bien recompensados -son la voz de su amo- dicen que llevar a las víctimas de ETA y a las del franquismo a un cruce de caminos es mezclar churras con merinas. ¡Como si se tratase de una cuestión de rebaños! Es un escrupuloso e insalvable asunto de memoria, pero, sobre todo, de ley, de respetar esa norma que nos hemos dado, por mucho que duela la sonrisa de una asesina.
Comentarios
Escrito por: flaky.2013/10/23 17:46:45.226000 GMT+2
Escrito por: Jean.2013/10/23 22:15:11.346000 GMT+2