Que el problema del empleo en España responde a causas estructurales, pocos lo dudan. Que era necesaria una reforma, es algo en lo que coincidían sectores incluso antagónicos. Pero de ahí a la necesidad de perpetrar esta reforma laboral media un abismo. Ahora, además, precisamente el abismo es lo que se cierne sobre miles de trabajadores que han visto desaparecer sus derechos consolidados en un abrir y cerrar de ojos. Las empresas podrán despedir más barato, aun cuando sus beneficios sigan siendo magníficos. No es solo una reforma, sino una malformación que persigue el sometimiento de los trabajadores, y evidenciar sin remilgos ni complejos quién manda aquí y quién toma las decisiones. Esta reforma es la semilla de la tragedia y de la desigualdad. Es la ley del más fuerte, y de eso el PP sabe un rato.
La entrada de Rajoy en Moncloa pasará a la Historia como una irrupción llena de patrañas, medias verdades y engaños. Negaban que fueran a abaratar el despido, y no solo lo han abaratado sino que lo han dejado a precio de saldo; decían que no subirían el IRPF y es lo primero que han subido. Bruselas, incluso, sospecha que el Gobierno de Mariano Rajoy ha inflado el déficit en 2011 con el fin de presentar una recuperación mayor de la real en 2012. Y aguarden a que pasen las elecciones andaluzas…
Los embustes corroen a esta comitiva de liberales sedientos de poder hasta el punto de liarse en mentirijillas como la que mostraba el currículum del nuevo Secretario de Estado de la Seguridad Social, Tomás Burgos, quien durante años ha figurado en un sinfín de presentaciones y espacios como médico sin serlo. Ahora le toca el sonrojo de su propia…medicina. No en vano, al bueno de Burgos ya lo hicieron pasar por actriz de culebrones sus compañeros del PP. (Pasen y lean, es divertido).
Lejos de penalizar a los populares, el viraje cínico del nuevo Gobierno no hace sino ganar adeptos para su causa. Su contundencia de clase, sus mimos a la clase empresarial, sirviendo la cabeza del trabajador en bandeja de plata, o las meteduras de pata de Wert -plusmarquista mundial en la distancia-, por citar algunos ejemplos representativos, no le han pasado factura. Así las cosas, el camino está despejado. No hay oposición, porque el principal partido opositor permanece en estado crítico, deshaciéndose por dentro, canibalizándose. Y la metástasis no cesa. El PSOE se devora a sí mismo en un ejercicio de inutilidad alarmante que deja a España sin la imprescindible oposición. El PSOE no está dividido, sino fagocitado. Rubalcaba carece de credibilidad, y muchos dudan que vaya a ser capaz de recuperarla. Es probable que la unidad anunciada por Rubalcaba quedé quizá en una dolorosa unanimidad: la de comprobar divisiones en el seno de todas las federaciones del partido. El desencanto es especialmente visible en los socialistas jóvenes, que siguen divisando los mismos rostros del felipismo en las altas esferas de un partido que hace aguas.
El Partido Popular, por el contrario, saca pecho y hace bailar con prepotencia y desafecto al elefante en la cacharrería. Lo hace ante la impasibilidad generalizada de una clase obrera alienada e inconsciente, adormecida, fuera de su realidad. En 1789, el abate Sieyès escribió una obra fundamental: Qu’est-ce que le tiers état? (¿Qué es el Tercer Estado?). Hoy haría falta que alguien preguntara a los trabajadores españoles a qué clase pertenecen ellos. Porque vamos camino de conformar una orquesta de millones de músicos, como aquellos que tocaban en la popa del Titanic mientras el barco se hundía. Cuenta la leyenda que los ocho músicos de la Wallace Hartley Band ni siquiera dejaron de tocar cuando ya eran conscientes de que el buque se hundía irremisiblemente. Eso es lo que persiguen estos insaciables gobernantes. “Callad y seguid tocando, parias, porque si por, una remota posibilidad, lográis salvaros y llegar a tierra, perderéis vuestros trabajos”. Ninguno de los músicos de aquella orquesta sobrevivió. Y, por si lo no sabían, cuando el cuerpo de Hartley, el director de la formación musical, apareció, se celebró un funeral multitudinario y se lo consideró un héroe de la época. Sin embargo, la naviera White Star Line no tuvo reparos en enviarle la factura de su uniforme “perdido” a la familia.
Una instantánea única y fidedigna para comprender el capitalismo.
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