Si Margaret Thatcher ha pasado a la Historia como la Dama de Hierro, a María Dolores de Cospedal habría que ir reservándole el apelativo de Dama de Hielo, aunque poco más tenga que compartir con la fiera británica que impuso su ley ultraliberal en el Reino Unido. La Thatcher poseía aquel extasiado pelo cardado que coronaba una tez pálida, únicamente interrumpida por los trazos coloridos que le impelía el ritual del maquillaje.
Cospedal se presenta con otra mística capilar, atrofiando con rigidez y brusquedad la maleza de su melena, sometida a la forma de su testa. La todopoderosa medusa de la derecha extrema española descarta los temporales de frío siberiano por templados. Es su extrema frialdad, definida en una rigidez e impasibilidad facial propia de la sección de refrigerados del supermercado, la que define su mirada estática, penetradora y perdida, como si se proyectase hacia el infinito, como si pretendiese traspasar al destinatario. La única emoción que transmite la inmutable Cospedal va implícita en el significado de sus palabras, escogidas sin brillantez ni literatura, arrancadas a latigazos del antagónico mundo de la retórica. Sus gestos son parcos, minimalistas, reducidos por lo general a la mínima expresión, como si los salvajes recortes que impone su ideología comenzaran precisamente por tener que cercenar la riqueza gestual del homo sapiens. Podría decirse que a Cospedal la comunicación verbal se le ha muerto de inanición, estrangulada por sus propias telarañas. Misa de réquiem por los vencedores.
Pero no, no subestimemos su hieratismo entonando el Lacrimosa, porque, en el fondo, éste dice mucho. Es precisamente su hieratismo el que la ha llevado hasta allí, a la cima del poder arrastrada por un inconcluso Rajoy, el hombre absorto, el gallego que levita entre dudas, arcaísmos y brújulas; es su hieratismo el que la transportó al paraje en el que las batutas procuran descargas eléctricas para que los músicos no desafinen. El discurso cospedaliano recuerda al monitor de la frecuencia cardiaca de un hospital. A veces, parece que la línea va a quedar sin altibajos, sin inflexiones, prescindiendo de ese vaivén, de esa especie de montaña rusa vital, presagiando el silencio eterno. Pero no nos dejemos engañar por un rictus mohíno, porque el fuerte de Cospedal está en la rotundidad y firmeza de sus acciones. No es una mujer de discursos, sino de acciones, de praxis. Es el brazo fuerte del partido, la alumna predilecta de Esperanza Aguirre y José María Aznar, la eficaz heredera del maquiavelismo diestro. Su fuerte es la ejecución, la puesta en marcha de las máximas aznaristas. Ahora, en el cadalso, se sitúa el Estado del bienestar. María Dolores, impasible, afila la hoja sin pestañear, concentrada en su tarea, con la convicción de estar cumpliendo con el excelso deber encomendado por una voz llegada del más allá. Del más allá que la FAES, incluso. Cospedal ha recibido la bendición sevillana de Mariano, que oscilaba desconcertado entre elogios, abrazos e imágenes dadaístas de éxtasis popular. Y del discurso de la Secretaria general, ¿qué? Nada nuevo, más demagogia edulcorada, más liberalismo camuflado de populismo, más fusta para los doloridos, más caramelos de somníferos para adiestrados, crédulos y desesperados. Concluida la tarea, la escenificación de su poder aglutinante, Cospedal acude al hotel, recoge sus cosas, hace la maleta y regresa a casa. De momento, no ha decidido vivir en un igloo.
Comentarios
Un saludo y no a la España monárquica.
Escrito por: Juan.2012/02/20 18:41:13.849000 GMT+1
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