Bajo este calor sofocante sólo cabe la resignación y la condición del aire, que no se deja acondicionar como es debido. El sudor es cruel y traicionero. Casi da miedo acudir a comprar la prensa. Ésta es una excusa más para no dejarse abatir por la realidad del periodismo. Da igual, hoy quiero leer El País, a ver qué cosas se cuenta Felipe González. Le cambio un par de euros por el papel a la señora de la tienda de periódicos y chucherías; ya veremos quién ha hecho mejor negocio.
Era previsible. Al final, resulta que la entrevista que firma María Antonia Iglesias es una ópera en tres actos. La obertura está dedicada a Polanco. Todo el primer acto es un homenaje, salpicado de ficción, buenas palabras y protocolo made in Prisa. Los primeros compases ya anuncian una trama inverosímil, una especie de parodia de La Flauta Mágica, cambiando la masonería y sus ritos iniciáticos por la añoranza traviesa del felipismo y el intercambio de favores, aunque éste, musical y retórico, sea a título póstumo. Felipe desafina en el papel de Papageno y tiene menos pluma... No, no,no, María Antonia no es Mozart y el pentagrama se le ha llenado de lamparones. No se puede comer y escribir al mismo tiempo, María Antonia. La entrevista, o sea, la ópera, se le ha pasado de bufa en el microondas y se le ha recalentado. El bocado es poco apetitoso, latoso, mantecoso y, culinariamente, poco decoroso. El segundo acto saca a escena las alabanzas obligadas a Zapatero. González ha hecho un alto en el camino, ha aparcado sus negocios, sus bien pagadas charlas, y otra suerte de chullos (sin chan, que si se lo pongo delante sonaría feo).
Arias sin sal, orquestaciones previsibles, y una desmedida sobreactuación en la interpretación sobre el escenario de papel han acabado por convertir la ópera en chicle de género chico, en verbena a precio de oro, en zarzuela que chirría y chirría.
La de María Antonia y Felipe, compañeros y residentes en El País, es una tragicomedia musical impresa in Prisa, un singspiel barato, una bufonada periodística,un susurro del género chico que desemboca finalmente en mordiscos al PP. A Felipe le ponen un besugo delante (uno cualquiera, en el PP abundan) y no deja ni las raspas. González Márquez se desliza entre las notas asumiendo los últimos instantes de protagonismo en la obra. La batuta se le resbala a María Antonia. Da igual, los músicos se conocen la partitura de memoria. Los metales suenan rotundos. La percusión trabaja a toda máquina. Los violines tiemblan y el pianista no toca, que se ha ido a tomar unas cañas. Felipe canta poderoso, como un gallo encrespado, como un felino desafiante, ruge como el rey de la selva, como el puñetero amo del escenario.
María Antonia ha hecho la entrevista para Prisa, no para sus lectores. Estaría bueno. Y Felipe está dominado por las canas y ha cambiado la flauta mágica por un puro. Otea las preguntas complaciente, cómodo, majestuoso.
Me siento de nuevo ante el tiempo perdido, sofocado, con dos euros menos, planteándome una pregunta para la que no encuentro respuesta desde hace unos años: ¿quién ha sido más dañino: Felipe o Aznar? Empate técnico, mantengo
¿He malgastado dos euros? No, el periódico me servirá para abanicarme.
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