No es exactamente miedo. Lo que me provocó la manifestación de ayer y el manifestante tipo de ayer fue repulsa. Y mucha tristeza. Dicen no al diálogo, quizá porque muchos de ellos estuvieron acostumbrados durante años a imponer las cosas con ese halo de clasismo y de intransigencia que se destilaba cuando el puñetero caudillo era su cabeza ideológica e intelectual. ¿Para qué dialogar si durante 40 años las cosas fueron como esos tipejos establecieron mediante la tortura, la represión y la falta de libertad, de esa libertad con la que se les llena la boca ahora mezclándola con saliva y excrementos?
La obsesión enfermiza de quienes gritan “Muera la inteligencia” llega al extremo de criticar la memoria histórica y establecer su natural querencia por la memoria histérica. No quieren que se abran las fosas comunes, fosas en las que se halla el modus operandi de los promotores ideológicos de la extrema derecha, modernizada, con lavado de cara y en notable auge con los aznares, los zaplanas, los acebes y los pujaltes. La memoria es artificialmente selectiva para los herederos del franquismo. No quieren rescatar el pasado, huyen de la lógica, de la razón, del entendimiento. Esos muertos, los de las fosas, están muy muertos. Pero otra cosa son los muertos de ETA. ¿Es que acaso las víctimas del facherío y del franquismo eran de otra categoría? No, es que ya ha llovido. Y claro que ha llovido. El agua ha encharcado el terreno de la justicia y de la verdad histórica.
No sé si hay dos Españas, pero si las hubiere, yo no quiero figurar en ninguna de las dos, no quiero que cuenten conmigo ni los que convocaron una manifestación ni los que promovieron la otra. No me siento parte ni de unos ni de otros, aunque, claro está, la llamada y los lemas de ayer me provocan un hastío infinito, con ese Aznar caligulizado, al que gritaban “Presidente, presidente”, como si las urnas fueran de quita y pon, y la soberanía popular fuera una cosa de decibelios y no de votos.
La de ayer fue una manifestación contra el Gobierno Zapatero, contra Zapatero, contra los otros, contra la solución dialogada de un conflicto al que nadie ha encontrado solución, ni siquiera los intentos de negociación de Aznar y González, y mucho menos el GAL de mister equis, un capullo redomado, un farsante, un pésimo fantástico ilusionista de la demagogia. Fue una orgía de banderas e himno nacional, como si los demás bailaran todavía al son del himno de Riego o de la Internacional. Esa apropiación cerril y enfermiza de los símbolos ha llevado a más de uno al delirio, al extremismo irracional. “Ésta es la España nacional, la verdadera España”, escupió en medio de la manifestación el secretario general de Manos Limpias, Miguel Bernard. Fernando Jáuregui, comentarista en el canal que controla Esperanza Aguirre, decía que no estaba de acuerdo con él, que la España verdadera la formaban todos los españoles que estaban contra ETA. Es la cantinela dual: la necrología neuronal de unos y el saber estar donde hay que estar de los políticamente correctos. Pues, de nuevo, ni lo uno ni lo otro: la España verdadera la formamos todos, entre otras cosas porque no hay una España falsa, de segunda, tercera o de doble fondo. Esta España la forman incluso los que no quieren formarla, y ésa es la cuestión. ¡España verdadera! Ya lo dijo Franco en el 36*: “Esta es la lucha entre la España verdadera y los marxistas”. Ya ven que algunos siguen con el mismo discurso. Y no son pocos. Ojalá sólo fueran un millón y medio.
*Entrevista en el News Chronicle, 29 de julio de 1936
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