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2012/05/12 15:52:23.274000 GMT+2

La corbata de De Guindos

          

           Foto: Sergio Barrenechea (EFE)

 

“Se le nota muy desmejorado”, se escuchó decir a una de las periodistas de la segunda fila. Soraya Sáenz de Santamaría y Ana Pastor ya habían intervenido ante la prensa tras  la conclusión del Consejo de Ministros. Ahora era el turno del ministro de la cosa, o sea, de Economía, porque, ¿acaso hay ahora mismo otra cosa? De Guindos no es la alegría de la huerta. Y si lo fuera, la realidad financiera ya le habría arrancado sin complejos ni concesiones la sonrisa de su cara. El ministro tiene esa doliente expresión de malhumorado, de profesor de macroeconomía a punto de soltarte un rollo de Schumpeter, de cobrador del frac que ha pedido la pista a la persona a quien seguía. De Guindos tiene el  rostro que buscan en un comercial todos los fabricantes de ataúdes. Mirándolo a los ojos piensas que es casi imposible que ese hombre vaya a contarte algo bueno. No me extrañaría que de niño le cantaran una ranchera para que soplara las velas ante la imposibilidad de cantarle lo de cumpleaños feliz, como si la felicidad se derritiese en esas velas que  van inundando las tartas con el paso de los años. Nadie es capaz de fruncir el ceño como él lo hace. Hubiera sido un excepcional modelo para esos pintores del Barroco que gustaban de reflejar en los lienzos la imagen del Ecce Homo. El ministro de la cosa es también el ministro del sufrimiento expresivo, un político marcado por la concavidad de unas frondosas e indomables cejas que dominan un rostro sufriente. El cabello no es más que una anécdota tangencial y deslavazada, informal y rebelde  en una cabeza en la que parecen solamente entrar números, recetas económicas y un organizado plan de  jodiendas para el personal en forma de ajustes, recortes y calamidades varias. Con este panorama fisonómico resulta sencillo comprender que no es Ágatha Ruiz de la Prada quien diseña los trajes del ministro de la cosa. De Guindos es un hombre de porte recio, telas discretas, apagadas. Ocres tristones, grises chubasco, negros tizones y una amplia gama de azules cenizos dominan su vestuario, sin respeto ni consideración hacia la festividad cromática. El arco iris es un tabú, un rincón maldito, y el pantone un arma cargada por el diablo. Por eso, cuando el ministro irrumpió en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros con esa corbata multiorgásmica, un cosquilleo recorrió las retinas de los periodistas allí presentes. Un pedazo de tela rebelde, un festival de fuegos artificiales endosados a una figura triste, como una especie de carcajada burlesca en medio de un relato de terror de Edgar Allan Poe. Esa corbata era algo más que un guiño; era una eclosión, una catarata de luciérnagas danzando alrededor de la tragedia, era quizá el escape a largas sesiones desbordantes de tensión. Esa corbata bien podría ser una venganza, la patita de una conspiración que asoma, un collage afrutado, una verbena que huye del marianismo, un fósforo ebrio que pretende salpicar de luz las tinieblas de un político de vestuario angosto. De Guindos abrió por la mañana bien temprano su amplio armario y fijó su mirada sobre esa víctima propiciatoria que pronto colgaría de su cuello, asfixiada por su propia realidad, por  esa acumulación de despropósitos textiles que fueron a desembocar en una tragedia shakesperiana. Si Macbeth hubiese llevado una corbata, habría optado por ésa. Pero fue el ministro de la cosa el que se encontró con ella. Sentado sobre su despacho, poco antes de partir para el funeral de cada viernes,  cogió un papel en blanco y anotó en él mil y  una veces la palabra corbata. Plegó el papel y lo metió en el bolsillo derecho de su chaqueta, consciente de que era la única forma de no claudicar ante el imperativo visual del complemento y del refrán cosido a él. Una imagen vale más que mil palabras, pero él había superado esa cantidad para burlar la superstición y el dicho popular. Sonrío para dentro, domó con timidez los pequeños bucles de cabello que asomaban tras sus curvadas orejas y salió de casa. Hay quien ya atribuye a la corbata de De Guindos propiedades curativas; circulan rumores acerca de los verdaderos propósitos de la misma: que si es una técnica de la CIA para hipnotizar a los periodistas y convencerles, que si contiene un sofisticado mecanismo que absorbe y concentra la atención de quienes la contemplan logrando lavarles el cerebro.... Pero son palabrerías, rumorología banal, como lo del Jaguar de Ana Mato olvidado en un garaje. Al final de una larga jornada, tras la tensión de la comparecencia, De Guindos volvió a casa y, sin aparcar su cara de hombre al que solo le ha fallado el pleno al quince en la quiniela, deshizo con mimo y protocolariamente el nudo de su corbata talismán para dejarla reposar junto al resto en un mausoleo de tejidos inertes que aguardan su oportunidad. Y así, finalmente, la vivaracha tela multicolor descansó, recuperando su largueza, su esplendor eréctil sin curvaturas ni sudores fríos que la domen. Ahora, solo me queda la duda de si esa corbata se la regaló un amigo, alguien que apreciara honesta y sinceramente al ministro de la cosa o,  si por el contrario,  el esperpenticidio lo perpetró su querido y admirado Rato a modo de postrera y fría venganza.

 

 

Escrito por: Jean.2012/05/12 15:52:23.274000 GMT+2
Etiquetas: ana_pastor de_guindos consejo_de_ministros gobierno rato rajoy ana_mato | Permalink | Comentarios (3) | Referencias (0)

Comentarios

Deslabazado se escribe con b.

Escrito por: almudena.2012/05/12 17:55:36.382000 GMT+2

Hola, Almudena. me juego un pincho de tortilla a q se escribe con V.

Escrito por: Jean.2012/05/12 18:07:56.928000 GMT+2

Perdona Jean. No he podido leerte (de momento)ha sido impactante abrir tu blog y que el payaso saliera así tan de repente, la verdad me cogió por sorpresa y tengo que reponerme. Eso si, Almudena, guapita de cara, el pincho lo pagas tú.

Escrito por: flamboyan.2012/07/14 21:31:52.276000 GMT+2

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