2011/09/02 17:59:20.991000 GMT+2
Unos pequeños arbustos anunciaban, tras varios kilómetros de llanura sin adornos, la entrada a Blancaluz del río. Presagiando el acceso al pueblo aparecía, erguido, un cartel grisáceo con las letras oscuras que componían el nombre de la localidad. Pertenecían éstas a una familia tipográfica autóctona que remataba los caracteres con en el polvo de un camino aledaño. No había muchas más palabras en el lugar. En Blancaluz del río nadie hablaba con nadie: no lo hacían entre sí los esposos, ni los padres con los hijos, ni se consentía el intercambio de pareceres entre hermanos. el diálogo conllevaba condena y desprecio. De los labios no nacía expresión alguna. La amistad no se hacía con palabras. Las calles sólo escuchaban el sonido del viento; si acaso el de la infrecuente lluvia, rara vez algún trueno. Los sonidos de la naturaleza como el suave y ágil revoloteo de un gorrión o el aún más suave de una mariposa, eran desatendidos con desprecio por los habitantes del sitio, que parecían hacer oídos sordos a cualquier decibelio errante. Sus corazones aparentaban, igualmente, estar enmudecidos. Y así las cosas, la lechuza se sentía reina, ordenando silencio desde su trono oculto entre las desordenadas piedras de la vetusta e ilustre iglesia. Su sonido dominaba la nocturnidad aletargada de los transeúntes.
En el amanecer, el día se le arrancaba al calendario con la osadía del gallo, que presumía anunciando el preludio de un nuevo periplo por la opacidad sonora. no obstante, lo hacía tan lejos -pues los vecinos habían convenido alejar la granja a una distancia que ellos consideraban prudencial-, que no llegaba a molestar a nadie con su cántico. También a las afueras del pueblo se situaban la guardería y el colegio, adonde eran conducidos los pequeños formando en el camino sigilosas hileras humanas. En las clases hacían la mayor parte de su vida. Allí desayunaban, comían, merendaban y cenaban. Se les requería constantemente que secundasen la norma del hiperbólico silencio, mediante severos y rigurosos gestos
recargados de una actitud inquisitorial. no obstante, y para evitar disgustos, tanto los alumnos como los docentes llevaban tapones en los oídos. Antes de acceder a las aulas, se procedía a revisar que todo el mundo los había colocado convenientemente cercenando su capacidad auditiva, acompañando en el velatorio, de esta forma, a la voz callada, amputada, desasistida, quebrada, sepultada en vida. Contener la natural inquietud de los bebés e infantes requería de una insistencia constante por parte de los “educadores”, obsesivamente metidos en el papel de censores. Los pequeños, generación tras generación, quedaban marcados para siempre por el rigor y la insaciable amenaza de unos maestros dedicados casi exclusivamente a enseñarles cómo callar, guardando silencio y deteriorando y atrofiando crónicamente su capacidad comunicativa.
Durante los fines de semana, los niños jugaban en las plazas, esquivando las risas y los gritos propios de la edad. Los adultos hacía tiempo que habían decidido ocultar sus expresiones sonoras ciñéndolas al olvido. La amnesia, insonora, incolora e indolora, fluía como el agua de un arroyo por las calles de la localidad. en la piscina, en el periodo veraniego, sólo el chapoteo de los más osados y atléticos quebrantaba la norma del mutismo. Nunca palabras, nunca carcajadas; sólo la ebriedad callada en los momentos de celebración colectiva. En Blancaluz del río no había historias que contar. el silencio había borrado su pasado, y cada día sin palabras pasaba a engrosar el decadente imperio de la quietud. el pueblo era todo él un cementerio de letras, donde yacían los sonidos del encuentro, del amor, del gozo, de la pasión y del sexo. En los casos de extrema necesidad –esto es de enfermedades y otras situaciones de riesgo- tampoco se recurría al habla. Entonces se interpretaba el simple movimiento de la cabeza. Para afirmar, moviéndola de arriba abajo; para negar, realizando el consabido movimiento lateral de la misma. En la consulta del dolor, los accidentados mantenían el tipo dando la callada por respuesta incluso en los más graves casos. En los prolegómenos del diagnóstico, si el médico palpaba la zona equivocada, el paciente mascaba una negación con rigor, tal y como establecía el protocolo; si el galeno acertaba tocando la zona afectada, la más de las veces no era necesaria la confirmación del enfermo, pues éste daba un respingo, a la vez que emitía –es un decir- una austera mueca de dolor. La riqueza de las expresiones faciales contrastaba con la absoluta ausencia de quejas y expresiones malsonantes, tan oportunas para ese instante en que el sufrimiento puede vulnerar la lealtad a la ley del mutismo. No en vano, se había decretado que cualquier palabra, sin más, era en sí misma malsonante.
En el pueblo las bicicletas ocupaban el lugar de las motos. Los coches eran pocos y parcos en aceleraciones, quedando éstas reservadas para el momento en que los vehículos quedaban ya lejos del núcleo de la población. En las fiestas de Blancaluz del río, los miembros de la comisión de festejos simulaban ser músicos tocando unos instrumentos inexistentes, mientras las gentes del lugar bailaban al ritmo de la mudez. El esfuerzo de los miembros de la callada orquesta indicaba la cadencia a seguir en los pasos del baile. La orquesta estaba “desorquestada”; el concierto era un auténtico desconcierto; y los bailarines marcaban ridículamente los tiempos con enfermizo sigilo. Pero el alcohol lograba regar el jardín afónico de los lugareños. Las sonrisas tontorronas deambulaban de cara en cara, respondiendo a los efectos de la bebida. Desaparecían por momentos los rostros pesarosos y taciturnos, pero ni por esas se quebrantaban las rigurosas leyes. En Blancaluz del río los oídos eran en la mayoría de las ocasiones un ornamento inservible. Alguna vez habían servido para advertir de la inminencia de un riesgo o para evitar algún accidente. Cuando había algún herido, lo primero que se hacía, siguiendo el protocolo de emergencia acústica, era taparle la boca; después, pero siempre en segundo lugar, se procedía a evaluar su estado. En los funerales las lágrimas eran secas y los llantos tan prudentes que pasaban casi desapercibidos. Se lloraba al muerto con la más absoluta y circunspecta fidelidad a la silente doctrina. La televisión se veía sin volumen, las radios siempre permanecían apagadas, y no había teléfonos. Las comunicaciones llegaban, por lo regular, mediante carta, siendo el cartero uno de los hombres más atareados de la localidad. A veces, un sencillo trámite requería de varias horas de intercambios gestuales, lo justo e imprescindible para entender su propósito.
La exquisita y obsesiva fidelidad que mantenían los lugareños con su artificial y artificiosa mudez les llevaba a protagonizar situaciones colindantes al surrealismo, sobre todo durante la ejecución de las artes amatorias y en las no infrecuentes peleas. Obviaremos las primeras y nos centraremos en las segundas, donde los contendientes demostraban su capacidad y adscripción al régimen del silencio. Las disputas físicas tenían el curioso mérito de solventarse sin proferir gritos ni quejidos, por más que hubieran derivado en contundentes batallas y por más que se levantasen actas de dolor y sangre. El silencio había convertido a Blancaluz del río en un pueblo deprimido. La tragedia de deslizaba exitosa, y el fervor religioso se teñía de derrota en procesiones tristes y melancólicas.
El silencio atronador de Blancaluz del río era un muro contra el que chocaban el entendimiento, las ilusiones y la memoria colectiva. Al no existir palabras, nadie se encargaba de escoger las más interesantes o significativas. No había citas, ni dichos populares. no había, como es de entender, ni música ni músicos. Los instrumentos se marchitaban en las trojes y los baúles. Todos yacían en el museo de la inexpresividad, caídos en el desuso, sometidos al ostracismo. Allí había ausencia de sensaciones y carestía de sensibilidades. Un silencio ensordecedor impregnaba las calles, enmudeciendo los sentimientos de los blanqueños. No se conocían los susurros, no se pregonaba. Nadie, ni siquiera el cura, ponía el grito en el cielo. Nunca se daba el cante. no se vociferaba, ni se decía una palabra más alta que otra. No se conocía parlamento alguno, ni se escapaban los discursos. Nadie había alcanzado siquiera la categoría de parco en palabras. Para hacerse entender tampoco se podía utilizar la escritura, pues, ante la persistente ausencia de sonidos, la enseñanza de la lectura se había ido depauperando hasta perder por completo la razón de ser. Se había pasado de una consciente sordera vocacional al analfabetismo más absoluto. En eso había desembocado su oscuro y absurdo rigor silencioso. Si los gestos fracasaban como medio de entendimiento, no había comunicación, y la incomprensión triunfaba con descaro. No se decía ni se argumentaba. La retórica se había ahogado en un pozo.
En Blancaluz del río ni siquiera se pronunciaba su propio nombre. No había preguntas; sólo la respuesta del silencio. No se platicaba. No había lamentos. Tampoco se musitaba. Ni se cacareaba, ni se cotorreaba. Los saludos se efectuaban levantando ambas cejas a la vez, o mostrando la palma de la mano. el insalvable dolor se solía callar, al igual que las escasas alegrías. Se guardaban las algarabías igual que cualquier atisbo de manifestación sonora. Las carcajadas se encontraban en permanente cuarentena. Los silbidos morían en su prematura prohibición. El estornudo recibía siempre la reprimenda. No se conocía la percusión. No había lugar a la verborrea. La tradición era un pequeño brote, casi inexistente, de tristeza, cayendo siempre al lado del desamparo, lejos del trazo de una letra. Por todo ello, el pasado no era más que un descomunal y afilado silencio sin cobijo ni remiendo. No se volvía la vista atrás porque se vivía en un presente de oídos sordos y bocas ciegas. el único instrumento que sonaba era el viento otoñal ampliando la acústica de unas hojas que se entregaban al aleatorio descenso definitivo, y marcando el allegro ma non troppo estacional.
Las tragedias, como los gozos y las comedias, se vivían con austera inexpresividad, sin sonidos que pudieran remarcar sus efectos. Blancaluz del río era un pueblo sin eco. Las campanas avisaban de la cita con lo sagrado con esmerada y puntual discreción. Los repiques eran frágiles, siempre tratando de sostener el imperativo silencioso. Las misas eran regidas por los gestos vehementes del sacerdote, que pasaba de la tranquilidad de un pasaje bíblico en forma de parábola a la rigurosidad y amenaza gestual de una exigencia dogmática. el silencio era como el mandamiento único de una religión de gigantesca y grave ortodoxia.
Un pueblo define su personalidad e idiosincrasia por lo que habla y por lo que calla, por sus sonidos, por la riqueza de sus matices sonoros, por sus poemas y por su cancionero, por todo aquello que evidencian sus hombres y mujeres a voz alzada. Un pueblo es lo que dice su música
de él. Un pueblo callado es un pueblo oprimido, un pueblo que sucumbe a las ausencias, al dolor de un grito callado, al espanto inexpresivo de una amputación vital. Un pueblo mudo es un abismo. Un pueblo que calla es un pueblo adormecido, sin más cultura que la condena del olvido y la paradójica recompensa maldita de la indolencia. Un pueblo callado es un pueblo prisionero. En Blancaluz del río decidieron callar para olvidar, pero no se dieron cuenta de que así acabarían olvidando para siempre hablar. Los pueblos limítrofes habían decidido colocar en sus respectivas entradas un cartel de gran tamaño en el que se podía leer: “Un pueblo sin palabras es un pueblo que padece la enfermedad del silencio”. Dentro, les aguardaba algo de lo que Blancaluz del río había prescindido: la Historia.
Escrito por: Jean.2011/09/02 17:59:20.991000 GMT+2
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2011/07/28 12:34:47.584000 GMT+2
Dicen que ahí afuera se ha presentado un día soleado, pero para mí está envuelto en cenizas, posos y el rudo semblante del pesimismo. Quien no desee imaginarse engullido por el fango de un lamento ajeno, puede desertar ya y no proseguir este viaje que culmina en una inservible ciénaga. Lo que ahora hago es manchar unas páginas en blanco con trazos atolondrados, espasmódicos y venenosos. Obedecen al dictado de una mordedura letal. La escritura es amarga. El ensamblaje de las palabras, doloroso. La sonrisa se ha transformado en una mueca abstracta. Por la comisura de los labios desfilan la incredulidad y el desconcierto.
Me llega el eco alegre de los que juegan aún en la infancia; no bajaré las persianas, pero esos decibelios no alcanzan para contagiarme. Todas las infancias resultan inacabadas. Nunca rellené un impreso ni realicé consentimiento alguno dando por finalizada la mía. La inmadurez me estalló en la cara, y la cirugía se le fue de las manos al hombre tembloroso que manejaba el bisturí. En el trapecio, acá arriba, hace frío. Más dura será la caída, me susurra un ángel negro, minúsculo, como cargado de razones. Nunca aprendí a volar, si acaso, lo hizo mi imaginación, fantaseando con metas y con el suave oleaje que desembocaba en un mundo ideal, quizá idealizado. Los ojos pretendían vislumbrar, pero se cerraron para huir de un capítulo cualquiera en una novela aún por escribir. Al fondo se intuye una pequeña luz intermitente. Quizá no sea más que el destello de un epílogo. Dicen que ahí afuera se ha presentado un día soleado. Aguardaré hasta que se ponga ese astro incapaz de improvisar. Aguardaré la llegada del eclipse reservado para la melancolía. Aguardar y aguardar. Y mientras tanto, a dormir con los ojos abiertos, a realizar los sueños de la realidad, a vivir con el escepticismo de sentirme en tierra de nadie. Dicen que ahí afuera se ha presentado un día soleado. Quizá mañana. Hoy no encuentro las respuestas.
Escrito por: Jean.2011/07/28 12:34:47.584000 GMT+2
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2011/07/20 23:29:22.799000 GMT+2
Capitalismo caníbal
Ver a Rodrigo Rato levantando el pulgar en la Bolsa de Madrid frente a una muchedumbre de hombres de postín sedientos de dinero en medio de la vorágine, me confirma que el capitalismo es caníbal. Nos cuecen, nos preparan a la pepitoria. No se han molestado ni en quitarnos las vísceras. Será que así conservamos mejor las vitaminas. La antropofagia financiera es un rito libre de cargas, a un interés preferencial y cotizando al alza. El capitalismo es, finalmente, un gran Saturno, presto a devorar a sus hijos. Pero… ¿y si sus vástagos no somos nosotros, sino ellos, los comensales que salivan entre risas y putas tristes? Veremos. No vaya a ser que el capitalismo, después de tanto trajín, sea la pescadilla que se muerde la cola… y acaba devorándose a sí misma.
Nos dan por desahuciados
En el lodo de la pobreza y la desesperación habitan la frustración y la pena de la impotencia. Las casas pierden su condición de hogar para ser cadenas de castigo durante décadas, cobijos de préstamo, meras antesalas. O umbrales, a veces de la pobreza. Un derecho ha vuelto a transformarse en un privilegio. La codicia es ciega y vanidosa. Acudamos a la ejecución de un desahucio. Las paredes despobladas de la casa muestran las cicatrices de la miseria. La humildad impera en un decorado que fue depauperándose día a día. Llegaron las amenazas, cuanto más viles más lloradas, y hoy toca padecer la fuerza y contundencia de la usura. Una mujer gime “No soy morosa, soy pobre”. La solidaridad esta vez no basta. Hoy, en Madrid, cerca de donde vivo, se produce un desahucio con sobreprotección policial a modo de compresa con alas, excesiva, recargada, exagerada. Quien vive de la fuerza y la contundencia no puede atender sentimientos ni reclamos misericordiosos. Garantizan el cumplimiento de la ley, es cierto, pero no siempre se pone el mismo celo para que eso ocurra. No se defienden nunca con la misma pasión y vehemencia los derechos de los poderosos que los de los parias. Es una paradoja; bajo la parafernalia guerrera no se esconden más que otros parias. Pero la fuerza es su oficio y su beneficio.
Y, claro está, Camps el patético
No resulta fácil asistir a la renuncia de un político en esta España de asientos imantados y, menos, al de uno del sobrepeso político de Francisco Camps. Recuerdo las renuncias de Adolfo Suárez, Antoni Asunción y Alfonso Guerra, por citar algunas de las más sonadas en democracia. Pero dudo mucho que vuelva a asistir a una representación tan patética, surrealista y pretendidamente mesiánica como la que hoy ha protagonizado el ya ex presidente de la Comunidad Valenciana (que vaya usted a saber por qué el corrector transforma en Comunidad Valeriana). Diría que Camps ha perdido el juicio, pero no adelantaré acontecimientos. Todo llegará. Su despedida ha sido la de un hombre que no quiere marcharse, la de un pupilo al que le obligan a salir por patas, de las orejas, ya veremos a cambio de qué. Ésa es ahora mismo la pregunta que más de un buen periodista estará tratando de responder. Algunos aseguran que Rajoy reservará una cartera ministerial para él. Eso sería el paradigma del delirium tremens. No tengo la más mínima fe en el mudo Rajoy; no creo en el valor político de alguien que pierde valor en cuanto abre la boca, pero no lo considero ni un loco ni un desalmado. Camps ha agotado el crédito. Pero, curiosamente, el de sus compañeros de partido, no el de la ciudadanía. No ha mermado el aprecio de ellos, pero se lo ha quitado del medio para evitar el contagio, la nocividad. Como si fuera un paquete de tabaco, a Camps le han colgado del cuello el cartel de “Ir conmigo puede matar las opciones políticas”. Camps ha cerrado la puerta tras un recital atropellado. Por momentos, su discurso parecía emular a uno de esos monologuistas que no pretenden más que hacer pasar un buen rato a la audiencia. Ha reído, ha sobreactuado, ha mostrado sin tapujos su patetismo crónico, se ha creído su cuento, se ha envuelto en un histrionismo desdeñado, ha protagonizado un momento cumbre en la historia política de este país, a medio camino entre el sonrojo, el ridículo y el onanismo retórico. Se lleva “el cariño de miles y miles y miles de ciudadanos”, pero, también, se lleva cosas que no le correspondía llevarse y que, a día de hoy, no ha devuelto. Camps mintió, y después de tanta tela y de tanto sastre, resulta que ha pillado un resfriado porque lo dejaron con el culo al aire. Es un constipado que le cuesta su carrera. “Ofrezco mi sacrificio a España”, ha sentenciado, confundiendo la parte con el todo. Su supuesto sacrificio –que es más bien una marcha forzada y, a un buen seguro, más recompensada que pensada- trata de salvar los intereses del Partido Popular de cara a las próximas elecciones generales. Pero no creamos que pasando una página mejora la trama de esta nefasta novela. Camps era sólo el protagonista de ésta. El argumento sigue ahí, recogiendo de Hamlet tan sólo el olor a podrido. Los aplausos al dimisionario, los abrazos fingidos, la solemnidad edulcorada, las carantoñas trilleras y los besos de Rita son algo más que el poso de lo viejo. Son, en realidad, la prueba de que la política valenciana sigue vistiendo un pésimo traje.
Escrito por: Jean.2011/07/20 23:29:22.799000 GMT+2
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2011/07/18 16:58:6.633000 GMT+2
Tu sonrisa me mira y me desdibujo, llevándote la contraria. Tus labios dictaron sentencia, y ahora recorro su sinuosidad, admirando su naturaleza,
la verdad que describes en ella, su honestidad, tu honestidad. Es una sonrisa en la que me pierdo, una ruta delicada que describe la felicidad, la que estás aprendiendo.
Me sonríen tus ojos, me miran para enseñarme a trazar el camino, a recomponer una partitura inacabada. Me sonríen para enseñarme el atajo, para darme una lección que
yo debería impartirte a ti. Pero no sé, y, al fin y al cabo, tú eres mi maestra, la que me indica cómo recapacitar, cómo buscar el consuelo de la luz cuando tocan tinieblas, la que me permite soñar cuando amenaza el insomnio, la que me dirige el manantial de su desnuda mirada en busca de comprensión y complicidad. Y no digamos tus besos, con la calma suave de la espontaneidad, de la riqueza del sigilo, dominada por la ternura. Me sonríes y me dominas, conquistándome con un único gesto; me sonríes y me derrumbas; me sonríes y me dejas inerme, admirándote, claudicando ante la soberbia expresión de una lección vital, magistral toda ella. Que tus ojos me miren es una paga vitalicia a cambio de aquellas pequeñas noches de llantos. Que me elijas para regalarme esos ojos llenos de verdad y el ama de tu felicidad me invita a sospechar que puedo compartir ésta contigo. Me sonríes… y me enseñas a sonreír, que ya lo estaba olvidando. No dejes de mirarme nunca, pero, sobre todo, no dejes de sonreír con la mirada. Nunca.
Escrito por: Jean.2011/07/18 16:58:6.633000 GMT+2
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2011/07/14 14:52:3.525000 GMT+2
Rajoy lo ve y le tiemblan las canillas. Soraya se encoge mientras busca en su memoria las armas para combatir al químico, al hombre de la pócima, al curandero de los intestinos socialistas, al hombre en la sombra que decidió ahora dar un brindis al sol. “Lagarto, lagarto”, dice cruzando los dedos Mariano. Y no anda desencaminado. Rubalcaba es el saurópsido que se adapta al entorno, al rival, a la contienda. El candidato socialista es el perfecto chamaeleonidae, un político que cambia de color para adaptarse a las circunstancias, a los usos y costumbres del molino de viento español. Sus cromatóforos le garantizan la adaptabilidad. Ahora toca pincelar con el tono de la sangre, abrir las venas del electorado indeciso, extraer y volver a cerrar. Es el lienzo de la España trágica, de la España del sainete, de la España del rompecabezas, de la España anestesiada. El crono avanza sin piedad, y Alfredo repta veloz y decidido en busca de la confianza perdida, como una especie de Indiana Jones patrio. Es la hora del tributo en Ferraz. Es hora de los sacrificios. José Blanco yace tendido en el altar de los dioses socialdemócratas. Ha decidido entregarse en cuerpo y alma al zapaterismo que se enredó en su incapacidad, cortocircuitando las instalaciones. Queda prohibido, bajo pena de excomunión, mentar el “Sálvese quien pueda”. El lema debe ser inequívocamente otro: “Sálvanos, Alfredo, sálvanos”.
Escrito por: Jean.2011/07/14 14:52:3.525000 GMT+2
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2011/07/05 22:25:38.233000 GMT+2
En la coctelera nacional todo se agita siguiendo la voz ronca del sistema. El barman sigue paso a paso la partitura de un libro desbordante de sabores milenarios y milagrosos. Venimos de lejos, y la sorpresa yace a estas alturas bajo un manto de dichos y refranes populares. España ya no es diferente, pero en su infelicidad está segura de serlo. Somos idénticos a los demás en su diferencia. No recibiremos el premio al mejor guión original, porque no somos más que un colosal corta y pega. La corriente de la Historia nos fue llevando río abajo. Somos lo que la incontrolada erosión ha hecho de nosotros. Un mero accidente. ¿Y acaso importa? ¿Elige la bola de nieve su forma y su ruta cuando rueda frenética? Debería preocuparnos más romper en mil pedazos los estériles estereotipos, los irracionales clichés de imbecilidad patria. Pero son malos tiempos para la lírica, y nefastos para la reflexión autocrítica. Las luces de la hoguera prendieron en nuestro subconsciente. Ahora confundimos los destellos con el calor. Un gol pesa más que un millón de heridas. El rugido pasional enmascara la tragedia cuando el esférico sacude la red. Los perdedores sonríen y acarician con los dedos la victoria nacional por unos instantes. No es pan y circo, sino las lágrimas de un payaso que recoge las migajas del suelo de la pista central, bajo la carpa que vibra por el efecto de las carcajadas. Somos, en fin, el cóctel que muere en los labios del bebedor. A veces me pregunto a qué sabremos. Pero eso, al fin y al cabo, poco importa; la clave reside en la exquisitez de cada paladar.
Escrito por: Jean.2011/07/05 22:25:38.233000 GMT+2
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2011/06/28 18:04:23.883000 GMT+2
Si la estúpida costumbre de torturar toros echa mano de la ornamentación para pasar por arte taurino, ¿por qué no considerar la política como el noble arte del engaño? Esta vez, dos fingidores compulsivos rivalizaron en la estética de la confrontación. Dos formas relativamente diferentes de entender el sexo de los ángeles chocaron en el patíbulo de la oratoria, el lugar donde se la menosprecia con el brillo de su ausencia. El pasado y el futuro rivalizaron para que el espectador constatase con opaca resignación que no hay presente. Zapatero, el actual mandatario, algo débil, erosionado, comenzó como el triste náufrago que es, abandonado por los suyos a la suerte de los tiburones y las gaviotas. Al político le sucede como al clown: si no resulta convincente, se convierte en una caricatura de la frustración y del fracaso. Zapatero, noqueado a diario por una realidad que lo asfixia, comenzó su discurso sin pasión, sin alteraciones ni vehemencia. Fue la parsimonia de Rajoy la que lo despertó. El popular es un hombre que se trastabilla en el discurso. Al opositor se le vio nervioso, mascullando las palabras, tratando de domarlas. En el penar del líder de la derecha caben el rechazo absoluto de la izquierda, e incluso el del PSOE, amén de la desconfianza de los suyos. Él es un hombre condenado a gobernar contra todo y contra todos, incluido él mismo. Su sombra le huye, su falta de liderazgo se le subleva, y las muecas, los tics y sus guiños sugieren que llegó el tiempo para un golpe de estado, fisonómicamente hablando. Rajoy despertó a la dulce bestia, y Zapatero regresó al ruedo enfurecido, rugiendo y tornando su cara de hombre que no ha roto nunca un plato en la de un impasible depredador de oradores tristes. Zapatero se le subió a Rajoy a las barbas. En las gradas, los palmeros jugaron al desconcierto; las alocadas loas salpicaban el hemiciclo, y los vítores sobrevolaron la escena sin rubor ni pudor. Y todo para nada. Los voceros de unos y otros maquillarán las cuentas de resultados, como si de cajeras de Mercadona se tratase. Los vencedores y los vencidos intercambiarán roles en las portadas de mañana. El teatro de la comedia periodística rendirá culto a la tragedia de la subjetividad adocenada. Darán respuesta a la pregunta del millón de votos: ¿quién ha ganado el Debate sobre el estado de la Nación? Ni idea, sólo sé que, gane quien gane, me da que algunos vamos a salir perdiendo. Como siempre.
Escrito por: Jean.2011/06/28 18:04:23.883000 GMT+2
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2011/06/27 16:25:55.843000 GMT+2
Tan endebles se
manejan los dogmas de la fe en mi jardín de dudas, que ya ni siquiera puedo
pecar de original. Los cardos han aprendido a volar, lo que ha convertido el
otrora angelical paraíso de plantas y
tiestos en un paraje de riesgo y sodomía vegetal. Suenan fanfarrias de colores. Se oscurece la
penetrante voz de un eco descarriado. Unos viejos ocultos tras disfraces de
irónica e inmaculada grandiosidad llegan arengando a la juventud y aclimatando sus
mentes. Diseñan con milimétrico descaro y ahínco las consignas, los lemas y las
sagradas escrituras del adormecimiento consentido. Dormir para ausentarse del
esfuerzo intelectual; musitar huyendo de la voz; cerrar la puerta para no
conocer qué hay tras la comunidad elegida. Apagar el misterio, he ahí el
discurso de ese método. Descartar a Descartes, por si acaso. Si surge un
brote, se corta; si crece la duda, se disipa con el fuego, con la palabra a modo de lanzallamas. El sollozo se amortigua
con el sufrimiento interior. No hay lugar a la disensión; los uniformes están
planchados y prestos para el lucimiento marcial. Mandan los cánones, las tablas
de la ley, los mandamientos indiscutibles y eternos antes aun de nacer. Venimos
con un pecado en nuestro código de barras; nos han marcado a fuego. Nos
persigue la sangre para cerrar unas heridas que ni siquiera están abiertas. La
costra es tabú. Una cicatriz zigzagueante replica los trazos de las ideas. Hay
que planear una fuga. La psique vive atrapada en un campo de concentración. Hay
que volver a saltar esas alambradas. No les vale con ser prisioneros de su
existencia. Nos quieren allí, esclavos de su penitencia, ingredientes
secundarios para una receta horneada sobre sus conciencias. La batalla del
susurro contra el grito está servida. Ya hemos arrojado cuanto portábamos al
suelo, pero eso no sirve. Quieren nuestras cabezas, donde guardamos las armas
de destrucción masiva. Todo empezó con una duda. Ése es el peligro que representamos. Aunque,
a veces, yo mismo lo dudo.
Escrito por: Jean.2011/06/27 16:25:55.843000 GMT+2
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2011/06/21 22:29:7.730000 GMT+2
Bono, Aznar y Rouco. Los tres mosqueteros del conservadurismo cabalgan de nuevo. Sorteando los peligros de la razón, esgrimen sus floretes frente al pensamiento libre, hiriéndolo de muerte. Los titulares tiemblan. La meteorología mundana cae rendida a los pies de lo sobrenatural. Son los protectores de los dogmas, los que se adornan en un pasadizo eterno hacia el bucle del ilusionismo. Deterioran la tranquilidad de sus enemigos con premeditada cadencia y despiadada eficacia. La suya es una sincronía de manga pastelera, trazando la sinuosidad de un discurso recurrente y mohíno, casi limítrofe con el esoterismo de neón. No hay destreza tras esos movimientos que persiguen atravesar el corazón del oponente. Su esgrima se presenta escasamente depurada; resulta vulgar en su ejercicio. Pero es mortal. El vuelo del metal silba, avisando de la llegada inminente de la hoja. Es el réquiem oscuro y penetrante. Los instrumentos de cuerda agonizan. Un aterrador “Dios, Patria y Rey”, resuena a lo lejos. Poco a poco, el eco domesticado va acercando el sonsonete a los temerosos oídos de las víctimas. Los tres mosqueteros no son los de Dumas. Resulta improbable que sus perfiles sicológicos se hallaran al alcance de la imaginación de un mortal. La capacidad de invención del ser humano, bien sana, bien retorcida, no es capaz de un diseño así. La realidad humilló en este caso a la ficción de forma inmisericorde. Bono vive en un escaparate, dándose pompa y brillo, luciendo palmito y flequillo frente a los transeúntes. Redecora su vida política con maestría. Él es el superviviente por antonomasia. Y también por insistencia, y por un insaciable ego saltarín que lo transporta de sillón en sillón. Bono le habla de usted a su ombligo. Hoy, volvió a repartir hogazas de pan con mensaje. “Tejero ya entró por la fuerza al Congreso”, ha dicho el ego manchego manoseando la equiparación con los jóvenes que protestan estos días ante esas emblemáticas puertas flanqueadas por dos indolentes leones. Después, ha perpetrado con precisión un mosaico de banalidades. Bono parecía estar evangelizando, con ese tono cansino, con esa fórmula basada en la rimbombancia pobre marca de la casa. “El PP y el PSOE tienen que llevarse mejor”, ha sentenciado. Nada nuevo bajo el cielo. La ambivalencia de su supervivencia es, además de un trabalenguas indebido, una huella dactilar con todo el retrato ideológico del personaje. A veces, tengo la sensación de que para Bono, la política no es más que un enorme sujetador. Y no me vengan con eso de “En qué estará este tío pensando”.
Escrito por: Jean.2011/06/21 22:29:7.730000 GMT+2
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2011/06/19 21:29:48.408000 GMT+2
Ahora resulta que Extremadura existe, que no es un mito ni una estrategia comercial para vender fines de semanas en casas rurales. Ahora resulta que detrás de esa mugrienta cortina zafiamente corrida se extendían nobles tierras verdes donde el silencio se impuso a fuego. Ahora resulta que más allá del muro del olvido se elevan castillos señoriales, huellas de una identidad que pervive y resiste a la indecencia política. Ahora resulta que la región asolada tantas veces por la sinrazón, era la joya del reino. Ahora resulta que la hija del caciquismo debe ser una página que pasa sin ser leída. He visto sangrar tantas veces esa tierra; tantas veces el viento susurraba lamentos… Y los necios miraban a otro lado. He visto llorar a extremeños, con las manos agrietadas, cogiendo sus bártulos y yendo a tierras inhóspitas, buscando un refugio vital, la supervivencia. He conocido a extremeños que nunca tuvieron tiempos de juegos y a los que les cambiaron a la fuerza la felicidad por la impotencia. Yo soy hijo de la huida, del miedo y del frío. Soy un extremeño que pudo ser pero no es. Me impusieron un acento tras las palabras, me marcaron la frente de la vejez de hombres y mujeres errantes que aprendieron a sonreír en un mundo diferente. Ayer Extremadura apareció de repente en los mapas. Antes de medianoche, volverán a apagar los focos. Y algunos seguiremos guardando el secreto de una noche extremeña repleta de estrellas, algunas de las cuales, fugaces, parece como si elegiesen para morir esa tierra.
Escrito por: Jean.2011/06/19 21:29:48.408000 GMT+2
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