Heridas de la noche, diamantes que sangran entre los lazos de un adiós.
Hojas que reposan en un bosque de porqués. Cobijos del alma.
Lloran los pensamientos en un ir y venir a la luna impenetrable, a la morada de las desdichas que no se presagiaron. Bulle el corazón en los desgarros de un tren que no se detiene, ahí, bajo las sombras de una palmera, en un andén que flota en los ojos cerrados del deseo.
La marea alta, como baja la verdad huidiza. Los brazos buscando el renacer de la música. Tuyas las horas, tuyos los ojos, tuya la marcha y tuyo el regreso.
Tuyas las volátiles esperanzas de un quizás. Tuyo el viento, alojado en el pecho. Manos de plata para flirtear con el pentagrama de la indivisibilidad.
Tuyos los caminos que quedan por abrir. Tuyo el ángel de la fortuna.
Y míos los pesares, el dolor incinerado de la duda, del ocre que tiñe la hasta ahora blancura de la línea que nunca fui capaz de atravesar.
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