Dar con buenos comentaristas en las retransmisiones televisivas de los partidos de baloncesto resulta difícil. Se constata, se padece, se asume y se acaba por bajar al máximo el volumen de televisor. De vez en cuando aparece alguien como Pepu Hernández, ex seleccionador español, que aporta conocimientos técnicos, los enumera, los explica. Sencillamente: aporta algo. Otros como Fernando Romay, parecen preferir la chirigota como género argumental y se decantan por la anécdota, la chufla, la coña marinera, sin que su aportación resulte en absoluto pedagógica.
No sé cómo se las gastarán en el resto de televisiones autonómicas, pero en la madrileña todo el año es carnaval. Su director de deportes, Siro López, se comporta en la narración como un hooligan, como un fanático, empobreciendo el trabajo de sus discípulos –alguno hay que lo hace de aprobado, aunque López ha creado escuela- y situando la información al borde de la arritmia. Eso no es periodismo, sino vísceras en ebullición; eso no es narrar, ni explicar ni interpretar, sino sesgar, enmarañar y desprestigiar. Es un ejemplo nítido de cómo no se debe desempeñar la tarea de informador. Pero claro, eso es precisamente lo que buscan , valoran y premian algunos medios. Y Esperanza Aguirre lo tiene muy claro. Es un fanatismo barato que a los contribuyentes nos sale muy caro.
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