Soraya Sáenz de Santamaría, abeja reina del clan de los Sorayos, pasa por muchacha de política enclenque y musa del moderantismo. Lógico, si se la compara con la venenosa Aguirre, de mirada pérfida y sonrisa reservada. Esperanza anda al acecho de la víctima política más propicia, que responde una vez más al nombre de Mariano. Aguirre es la pura evolución de la especie. Mariano es una especie de pura involución. Mariano no se entera de la misa la media. Ahora anda desconcertado por la lluvia de hostias que le está cayendo de manos de quienes hasta ahora eran sus lazarillos aduladores de la oscuridad y las tinieblas.
Aguirre se muestra inquieta, preparando el ataque final, con su biografía a cuestas, antes de que la menopausia política eche a perder una bonita historia cien veces soñada. Esperanza, la depredadora, toma carrera y lanza un rugido que deja a Mariano inerme, pulcramente cariacontecido, en Babia (bueno, en Babia ya estaba). Cuando Esperanza ya saboreaba tan suculento bocado, ha llegado Gallardón y la ha distraído lo suficiente como para que Mariano se cobijase en su madriguera. Adiós temporal a la bacanal meditada, diseñada, estudiada y plasmada en el menú del día. Otra vez será. Esta vez la sangre no llegó al río, se quedó solitaria y efervescente en los ojos de Esperanza.
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