Es una cuestión de ambición. La ambición llevó al hombre a viajar a la Luna, a construir edificios que rozaran las nubes, a escalar el Everest. Y la ambición lleva a guerras, a muertes, asesinatos, violaciones… La ambición desmedida pudre, ensangrienta y contamina. La política es el aliño de la ambición. Esperanza Aguirre es la ambición desnatada, el ego saltarín que danza como una colosal arcada entre las ruinas de la moral liberal. Ella es la ambición vestida de seda, la ambición gangrenada. Llegó al poder de la Comunidad madrileña atravesando el esfínter anal de la democracia, expulsada con vehemencia por aquel tamayazo diarreico. Esperanza siembra de “hijoputas” las tertulias viciadas de los medios españoles; con ella la botella no está ni medio vacía ni medio llena; con ella, la botella está hecha añicos. Es la ambición opaca, obtusa e impresionista, hecha a retazos, a trazos discontinuos, es la desmedida cólera de quien antepone sus intereses personales a los del resto de la humanidad, porque al redoble de la pasión ambiciosa la humanidad le importa una higa. Porque Aguirre es la ambición y los demás son unos aprendices, incluida la bailarina de la demagogia, la pequeña Soraya, figurante en la representación teatral de Rajoy, el hombre cariacontecido, el de los chuches, el político que engulle cada mañana como desayuno el elixir de la eterna incompetencia.
Esperanza, dale un trago de ambición a Mariano, y que dios nos pille confesados. Hazlo por el partido, porque más vale Mariano en mano que cien hijoputas volando.
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