En tierra hostil y Avatar son títulos que dicen mucho de España, de la situación que atraviesa mi país. España es una tierra hostil para la decencia política, para la libertad de expresión, para la igualdad, para la justicia, para los asalariados, para el ejercicio del periodismo, para la formación de los jóvenes, para el acceso a la vivienda. ¡España es una tierra hostil para tantas cosas! Esta soflama mía, que me sale de las entrañas, nace fruto del hastío y de la observación de la temible autocomplacencia, que es el verdadero pecado capital de los españoles. Ese grito de guerra de “Como en España ni hablar” es un reflejo del poso de incultura de tantos y tantos años. Es una memez sin fronteras, un episodio nacional desbordante de tragedia y un rebuzno monocorde. Aquel grito de “Muera la inteligencia” caló tan profundamente entre muchos españoles que se ha ganado a pulso ser el verdadero eslogan de nuestra reciente Historia. “Spain is different”, parió el ministerio franquista de Manuel Fraga, pero el sol de aquella España paleta, retrasada y encerrada en sí misma con sus miserias y sus alabanzas al embrutecimiento, ha terminado por quemar, generación tras generación, las esperanzas de recuperación, modernidad y coherencia de un país que sigue siendo dominado por los mismos brazos, los mismos bancos y los mismos señoritos. El etnocentrismo ha fermentado y aún hoy seguimos creyendo que unas tapas de jamón y unas bravas hacen que merezca la pena vivir aquí y elogiar estos parajes por encima de cualquier otro sitio, aunque no hayamos conocido jamás otra cosa ni otro lugar. Es el patriotismo de la ebriedad. De tanto mirarse el ombligo hubo quien se partió el cuello.
España es tierra hostil para la discrepancia, tierra hostil para la sensatez, el diálogo y la cooperación. Con un Gobierno incompetente, extasiado de amiguismo y falso progresismo, la oposición se encanalla a conciencia para hacer ciscos las opciones de supervivencia de lo que en su día fueron derechos de los españoles. Esta oposición es como un organismo programado, como un monstruo sin cabeza. Echa a la pira los órganos vitales de quien haga falta con tal de subir en las encuestas, con tal de sacar tajada. Tanta antropofagia política es nefasta para esta tierra hostil en la que 9.000 son 600.000 para quienes se saltan su propio octavo mandamiento.
Se avecinan tiempos cruentos para los soñadores, para los inconformistas, para los luchadores y para los optimistas bien informados. Cada día que pasa, son menos y peores los derechos de los trabajadores. Hablan de igualdad entre hombres y mujeres, pero ni siquiera reparan en que no existe tal igualdad en ningún estamento, ni género alguno. Las mujeres y los hombres que trabajan en esta tierra hostil llamada España, tienen miedo a perder sus empleos. Muchos acaban aceptando peores salarios, pocos se atreven a formar parte de una organización sindical, muchos renuncian a sus derechos, y la educación de sus hijos acaba convirtiéndose en un problema de infraestructura, lógica y álgebra. Los padres trabajadores no disfrutan de sus hijos, y se ven obligados a pensar en ganar más para pagar más horas de guardería y colegio. Y mientras tanto, los empresarios de Díaz Ferrán quieren seguir apretando las clavijas, pretenden seguir estrangulando a los parias, machacándolos para hacer girar la ruleta de sus fortunas. Ellos son los que ríen en los cementerios, en medio del entierro; ellos son los que aplauden en la autopsia.
Así funciona, así se vive en esta tierra hostil. Por eso, a mí me gustaría hacer las maletas y emigrar con los míos a Avatar. De momento, voy a ir pintándome la cara de azul.
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