Si dejamos al margen la vorágine especuladora que somete tan a menudo el mundo del arte, el hecho de que El grito se haya convertido en el cuadro más caro de la historia es un fiel retrato en sí mismo del tiempo loco y convulso en que vivimos. Es un grito de lamento y conmoción, de desesperación, escapando a la anestesia de los sentimientos. La docilidad de la contemplación se rasga ante la presencia de un rostro desencajado, perdido en los trazos obsesivos y angustiosos de un pintor que sufre. Es un fragmento de nuestro mundo, de esta tierra de luchas clandestinas y ocultas. Los lamentos suenan mudos, como ese protagonista del cuadro silenciado, atrapado en un marco, en los límites de la artificialidad, tan cercana al mundo de los sentidos. Al contemplar El grito el dolor se absorbe, se hace propio, se interioriza. Triunfan la belleza de la destrucción y la evocación de lo inacabado. Así veo hoy a esta España, que se desangra entre gritos de aflicción, en la aterradora perversión de ese cielo como de fuego que se cierne sobre ella. Es una instantánea aterradora sometida al marcapasos de un tiempo de titubeos, ensoñaciones pervertidas y engaños orquestales. España es hoy como ese grito del cuadro. Un grito enfermo y obsesivo. Pero, por encima de todo, un grito silencioso.
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Escrito por: Pilar Diz.2012/09/13 12:58:21.441000 GMT+2
Escrito por: Jean.2012/09/13 17:35:17.467000 GMT+2