Sebastián terminó de hacer los nudos seguros a sus zapatillas deportivas y salió a la Gran Vía con una bolsa de El Corte Inglés en su mano derecha. No tenía nada que hacer. Ninguna obligación, ningún recado, ningún encargo. El trabajo era ya una especie de pariente lejano al que no se ve más que de pascuas a ramos. Él se había acostumbrado a llevar los bolsillos tan vacíos como su ánimo. No tenía citas a la vista y su teléfono móvil hacía varios meses que no tenía saldo, por lo que ni siquiera podía recibir llamadas. Le gustaba entrar en la Fnac por las mañanas y echar un vistazo a las novedades editoriales. Ahí terminaba su aventura literaria; no disponía ni de un céntimo para recabar algún libro de su admirado Vila-Matas. Ya no le dejaban sentarse en la zona de lectura, porque, según los vigilantes de la tienda, ya había agotado su cupo de leer por la cara. Los últimos libros que habían pasado por sus manos eran de Víctor Hugo, Paul Auster, Susan Sontag y Jack Kerouac. Habían pasado por sus manos y ahora su sustancia permanecía en su memoria.
Sebastián callejeaba durante horas a la espera de toparse con algún viejo conocido que le invitara a un café. Nunca ocurría. También esperaba que Pedro Almodóvar se cruzara con él y le ofreciera un papel en su nueva película. Esto tampoco sucedía. Ni siquiera le llamaba la atención el arte dramático, pero en esos devaneos peregrinos malgastaba sus días y sus esperanzas, desnutridas éstas, toscas y, a veces, famélicas. El ultimátum de Pablo expiraba esa tarde. Sebastián debería hacer la maleta e irse. Su mejor amigo no podía ofrecerle su casa por más tiempo. Las broncas con su novia habían aumentado su frecuencia por culpa de la presencia de Sebastián en el improvisado cuarto de invitados. Sebastián sabía que él no era un invitado, sino un parásito que se había acostumbrado a dar lástima y a vivir bajo el régimen de pensión completa a un precio insuperable. Llevaba tres meses y medio en casa de Pablo y Paula y no había sido capaz de llevar ni un litro de leche. No era capaz, porque para llevarlo lo tendría que haber robado.
Sebastián entró en la Fnac y ascendió por las escaleras mecánicas hasta la tercera planta. Al llegar a la sección de libros de bolsillo su corazón comenzó a latir frenéticamente. A su lado, con gafas de sol y unas zapatillas rojas estaba Pedro Almodóvar. Ambas cosas le habían llamado la atención. Dentro del edificio no hacía sol, y a Almodóvar se lo reconocía más por su corte de pelo que por sus ojos, así que se preguntaba por qué los famosos llevan gafas de sol en los lugares públicos. Puede que se deba a la timidez, pensó. Sebastián se puso extremadamente nervioso. No sabía qué hacer. Imaginó la mejor forma de llamar la atención del cineasta. Primero tosió en repetidas ocasiones. Después, comprobando la inutilidad del método, se interesó por el mismo libro que tenía en sus manos el director manchego. “Es un gran libro”, balbuceó Sebastián. Almodóvar lo miró con algo de desgana y le respondió: “¿Ya lo ha leído? Acaban de ponerlo a la venta hace cinco minutos”. Sebastián puso cara de hombre ridículo y trató de zafarse de aquella escena. Almodóvar le dio la espalda, cargó con el libro y tomó rumbo a la escalera mecánica. Sebastián se quedó inmóvil, desalentado, con la expresión de un hombre al que le ha faltado un número en el sorteo de la Primitiva para ser multimillonario. Almodóvar se había cruzado con él, pero no le había ofrecido un papel en su próxima película. Anestesiado por la frustración, Sebastián parecía una figura rota, la escultura de cualquier museo, petrificada, con la mirada perdida en la alfombra del suelo, con los ojos sin fuerza para recobrar el movimiento. La palabra estúpido le martilleaba la cabeza una y otra vez. Entonces notó que alguien le golpeaba en su brazo derecho. Sebastián no podía reaccionar. “Oiga, oiga”, repetía una voz que le resultaba extrañamente familiar, pero su mente estaba paseando de forma acelerada, casi compulsiva, por los recuerdos. Estaba subrayando su fracaso escolar, el día en que sus padres se divorciaron, la noche en que Silvia, su novia, le dijo que estaba enamorada de otro hombre, un pez gordo del Partido Popular. “¿Se encuentra bien?”, aquella voz familiar permanecía cercana a Sebastián. Cuando por fin pudo huir del hieratismo, sus ojos apuntaron al hombre que tenía al lado. “Tenga, llámeme esta semana sin falta. Me gustaría ofrecerle algo”, le dijo aquel hombre entregándole una tarjeta. A Sebastián le temblaba el pulso, Cogió la tarjeta y le dio las gracias al hombre de las gafas de sol y zapatillas rojas. Aquello ocurrió hace seis años. Hoy Sebastián va a recibir un Oscar, pero él aún no lo sabe. En el bolsillo trasero de su pantalón lleva la tarjeta que le dio Pedro Almodóvar, la contraseña que lo introdujo en el mundo del cine. Su primer papel fue de camarero yonqui. Pablo y Paula han montado una fiesta en casa con sus mejores amigos. Durante toda la madrugada estarán recordando las anécdotas que vivieron en su casa con Sebastián. Lo que no saben es que éste va a ganar un Oscar y se lo va a dedicar a ellos. Lo que no saben es que su amigo del cuarto de invitados al que un buen día le invitaron a largarse, había pensado quitarse la vida justo aquel día en que Almodóvar le golpeó en los brazos para sacarle de la imaginaria ejecución de su suicidio. Lo que no saben es que Sebastián se va a quitar la vida en directo, delante de dos mil millones de personas, con una estatuilla en una mano y una pistola en la otra.
Comentarios
Escrito por: Izaam.2008/04/19 15:15:26.215000 GMT+2
No es cosa mía. Le he pedido a mi amigo C. Vidal que me escribiese él un apunte para hoy - "poca cosa, dos o tres líneas", le dije-, y el muy desgraciao se ha marcado esto en dos minutos, mientras se cepillaba los dientes con la otra mano y bordaba unos pañuelos con los pies. Es una máquina.
S2
Escrito por: Jean.2008/04/19 16:09:41.004000 GMT+2
Muy bonito el relato. Parece el desarrollo de una frase de Ciorán que me gusta mucho: "Todo éxito es un malentendido". ¿Por dónde se mueve su amigo C. Vidal? Estoy muy interesada en un hombre capaz de hacer tantas cosas a la vez.
Escrito por: una infiltrada.2008/04/19 17:03:34.576000 GMT+2
www.andaluciaconestilo.blogspot.com
Mi amigo es un hombre público. Búsquele infiltrada con la ayuda de una linterna. Espero que lo encuentre.
Escrito por: Jean.2008/04/19 17:34:43.038000 GMT+2
Qué complejo me ha entrado. Mire, no doy una. Es que tengo memoria visual y a veces me desubico, como en aquella ocasión en la que confundí a Álvarez Cascos con un camarero. Como además mi pensamiento es divergente, eso dice el psicólogo, cuando he leído su respuesta me he dicho a mí misma que la pista tendría que ver con Diógenes y aquello de buscar un hombre con una linterna a plena luz del día. Ahora, de pronto, me ha venido una iluminación y he recordado que existe una Linterna en la radio y un C.Vidal también.
Así cómo voy a hacer carrera.
Escrito por: una infiltrada.2008/04/19 19:09:22.171000 GMT+2
www.andaluciaconestilo.blogspot.com
Escrito por: Jean.2008/04/19 20:45:11.910000 GMT+2
vaya usted a cagar a la vía señor Jean hablado de suicidios y cagadas de ésas. Que se queda el alrededor que luego no levanta mas cabeza.
La noticia hoy es el de la clínica Mayo, de que en 2013 la mitad de la población estará gordísima... y la otra mitad anoréxica o muerta digo yo ¿no?.
Si para tales males hay queis a la clínica Mayo digo que mejor nos curramos la salida en la sanidad públca, mareando con lo que Me dé usted el "Testamento Vital" al que tengo derecho, y muevan ustedes Roma con Santiago que lo pone en algún lado, que EXISTE y además yo soy firmante del manifiesto Que me atienda Montes"... a ver si así vamos viendo la cosas en terminos de pelea y colocón final y menos ayyyyyy
su sincera y fiel seguidora, y para cagaleras a la hora que sea.
al resto lo mismo.
Escrito por: Pilar.2008/04/20 00:29:46.489000 GMT+2
Pues menos mal, Pilar, que es usted mi sincera y fiel seguidora, porque si no, a saber qué me habría mandado hacer a las vías. ¡Qué culpa tendrán los ferroviarios!
Lo de la Clínica Mayo es una exgeración. Yo prefiero quedarme con los consejos de la clínica a la que estoy acudiendo últimamente, que me dicen que voy a quedar preciosa de la muerte -con perdón- . No sé si le sonará. Se llama Corporación Dermoestética; me vana a dejar los abdominales como una tabla de surf. O sea.
Salud y besos,
Escrito por: Jean.2008/04/20 11:03:21.756000 GMT+2