María Dolores de Cospedal cree que en TVE no hay imparcialidad. Sin acudir a los inhóspitos terrenos de la ontología misma, y sin recaer en disertaciones acerca de la inalcanzable objetividad del informador, no hay por donde agarrar el dictamen de la multimillonaria asalariada de la secta de las gaviotas. La valoración, queja, pataleta o arcada de la número dos de los populares es una radiografía nítida que permite ver al votante, e incluso al más fanático adulador de su causa, de qué pie cojea la mujer a la que espoleó Esperanza Aguirre. ¿Qué cabría esperar como resultado de la acción de tan perverso Gepetto político, de tan siniestra experta en la praxis de la mentira? Una alumna aventajada en el despilfarro de groserías, capaz de empobrecer cualquier discurso al que se asoma. La sombra andante de Marianín Rajoy reina en la mediocridad de las filas de una derecha en la que conviven melancólicos, nostálgicos, pragmáticos, liberales y desencantados. Mucho se ha hablado estos días de la lista de Esperanza. Desde luego, podemos dar fe de que Cospelines no es esa lista.
Si esta TVE no es imparcial, ¿cómo cabría calificar la que diseñó el gobierno de Aznar? ¿Fue el comecocos Urdaci el adalid de la imparcialidad? ¿Buscaba el patrón Aznar la imparcialidad montando un tinglado de medios informativos adeptos a la causa, con Ernesto Sáenz de Buruaga a la cabeza? Si Maricospe quiere saber qué es imparcialidad, que llame a tito Camps y le explique cómo se fabrica la cosa esa. Quizá una excursión por las tripas de Canal 9 le abra los ojos y, de paso, sirva como riego de su desaparecida vergüenza política. O, mejor, que su mentora Esperanza le haga llegar un manual de la imparcialidad informativa con que se desayunan cada día quienes cocinan los informativos de Telemadrid.
Qué pena de país
como se confirme que en breve padecerá a diario dolores de Cospedal.
Lo sé, no soy imparcial.
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