Un matrimonio acostumbrado a los vaivenes sentimentales, a las idas y venidas de rencores y cantinelas bélicas, decidió tener un cuarto hijo, pese a que la madre fumaba y bebía en exceso,ocultándoselo al padre, mientras éste ocupaba sus ratos libres en brazos de otra mujer y consumía productos, digamos poco recomendables para la salud. El niño les salió rana. La criatura no tenía precisamente ancas, pero su comportamiento estuvo desde el inicio marcado por gritos, espasmos, convulsiones... Con apenas unos meses, cada vez que podía destrozaba cuantas cosas caían en sus manos, las tiraba, intentaba golpear a quienes se asomaban a su cuna. Antes de cumplir los tres años, ya había sembrando el terror entre sus hermanos e incluso en el vecindario. Los padres intentaron siempre reconducir a palos al pequeño sin éxito alguno. Bofetadas, pellizcos, puñetazos, castigos, periodos de aislamiento, insultos... Incluso contrataron a un tipo sin escrúpulos para que le repartiera cera a mansalva. Cuanto más duras eran las reprimiendas, más se cebaba el puñetero crío con las paredes de la casa. Atacaba a sus hermanos y a sus padres por la espalda, golpeándolos con lo primero que pillaba, incluyendo cubiertos, figuras y paraguas. Sus padres optaron por ingresarlo en un centro de educación especial. Tras tres años, decidieron que debía regresar a casa. La primera noche del niño, ya de vuelta en el hogar, fue de aúpa. Intentó quemar la cara a una de sus hermanas. Todos montaron en cólera. El crío no hacía ni puñetero caso; por más golpes que se llevaba, seguía erre que erre. Cumplió los 15 sin concesiones ni treguas en su vandálico comportamiento. Un buen día, el padre le propuso a la Madre intentarlo con otros medios. Optaron por hablar con él y pedirle que dejara de cometer atrocidades, le levantaron algunos de los castigos que pesaban sobre él, dejaron de golpearlo y la cosa pareció funcionar. El adolescente siguió sin mantener una relación medianamente normal con sus hermanos, pero al menos no continuó destrozando el mobiliario de la casa ni increpando a los vecinos. Cada día, al llegar a casa sus padres hablaban con el único de sus hijos problemáticos, con la esperanza de que no volviera nunca más a las andadas. No se había cumplido un mes de tranquilidad cuando una noche aquel hijo volvió a atacar violentamente a cada miembro de la familia. Los padres se reunieron con todos sus hijos menos con el agresor y todos convinieron en que la condescendencia y el diálogo habían resultado insuficientes, erróneos, "armas" equivocadas. Al día siguiente todos ellos decidieron propinarle una paliza al díscolo chico que sembraba el terror dondequiera que iba. Ante los golpes, un vecino llamó a la puerta de la casa. El padre le abrió y le explicó lo de la recaída. El vecino le dijo: "Han probado un método durante quince años sin cuestionar durante todo ese tiempo si ése era el medio adecuado para cambiar el comportamiento de su hijo. Durante quince años, nunca se plantearon que estaban equivocados con la receta. Y ahora, desestiman otro método completamente distinto porque no ha funcionado en apenas un mes. ¿Creen que el chico y ustedes aguantarán otros quince años de palizas y venganzas? Si van a retomar sus medios de siempre, díganmelo, porque entonces pondré en venta mi piso y me iré del barrio".
2007/01/04 21:26:11.167000 GMT+1
Díganmelo, que vendo el piso
Escrito por: Jean Valjean.2007/01/04 21:26:11.167000 GMT+1
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Comentarios
Vaya truño de articulo. A la altura intelectual de la teoría de las peras y las manzanas de la señora botella, por lo menos.
A ver si me invitáis a comer un día de estos.
Escrito por: Flaky.2007/01/08 09:11:39.782000 GMT+1