Sólo las víctimas deberían caber bajo la sombra del eterno ajuste de cuentas, por pura comprensión, quizá llamada empatía. Pero, a menudo, son precisamente éstas quienes quedan expuestas al tórrido sol de la manipulación. Ahora, quienes se reparten y adueñan en adscripciones y cuotas del dolor de esas víctimas quieren que Sortu condene el pasado de ETA. Hasta que no lo haga, no se la invita al tiovivo de las elecciones. Eso, si no les da por pedirle después al charcutero “me ponga cuarto y mitad de impedimentos ad hoc, cortado finito, por favor”. Entre veto y voto hay pocas diferencias. Suenan casi igual. Los amos de la feria dicen que no se fían, como si eso fuese un argumento razonable para impedirles sumarse a la puja por los votos. ¿Quién se fía de quién en un país sometido a un bochornoso bipartidismo bien orquestado al amparo de los cálculos de D’Hont? ¿Quién se fía de la clase política salpicada por pajines, pepiños, camps, fabras y esperanzas? ¿Quién se fía en esta España sangrante del sistema judicial? Antes se decía “del Caserío, me fío”, pero ya ni eso, porque los quesitos de la rima los hace una empresa de Ruiz Mateos, ese señor que tiene seis hijos varones estupendos y que reza por Botín, paradigma de los necesitados. ¿De quiénes se fían los españoles a estas alturas? Ni de su sombra. El CIS pregunta, y el sonrojo de políticos y jueces crece, crece y crece, aunque sea una pose, que también crece y crece. El secreto febril de este crecimiento está en el abono, y ya sabemos de dónde viene éste. Ahora resulta que hay que condenar acciones del pasado, asesinatos del pasado. ¿Dónde comienza el pasado que hay que condenar? ¿Nace con el primer muerto de ETA? ¿Y qué hay de los muertos que no son de ETA? ¿Y qué hay de los otros terrorismos? La memoria es una puta. Se vende al mejor postor. Es interesada, fría y calculadora. Los chulos y los señoritos creen que la memoria es un objeto de usar y tirar. Unos y otros se zumban a la memoria en la oscuridad de pequeños y lujosos apartamentos. Después, terminado el revolcón, una ducha y de nuevo al coche donde aguarda el chofer. Al llegar a casa, harán como si nada hubiese pasado y mesarán los cabellos de sus retoños, aleccionados a conciencia para mantener la estirpe, el caché de clase y el apellido. Curiosa paradoja, mientras sus papis se follan a la memoria, ellos se preparan para perderla, manipularla o reinventarla. El pasado, dicen. ¿Qué pasado? ¿Su pasado? ¿El que se escribió al dictado de la sangre? ¿El que se talló sobre el dolor, la tortura y el nacional catolicismo? ¿El pasado sepultado en paseos sin retorno a la luz de la luna? ¿El pretérito violado y aniquilado? Condenar el pasado, sí, que es exactamente lo que el rey Juan Carlos hizo con Franco y con el franquismo, como todos sabemos. Condenar el pasado, que es precisamente lo que el presidente de honor del Partido Popular, y “padre” de la Constitución, Manuel Fraga, se apresuró a hacer nada más palmarla el Generalísimo por la gracia de dios –el de Rouco y su cuadrilla-. Condenar el pasado, como han hecho en todas las ciudades y en todos los pueblos de este país de ejemplares demócratas, eliminando vestigios de cuarenta años de dictadura, y donde ya no se pueden ver calles con nombres de sanguinarios generales golpistas y franquistas, o falangistas de media pluma. Condenar el pasado, como se ha constatado devolviendo la dignidad a quienes fueron asesinados y enterrados en cunetas o fosas de frío y olvido. Condenar el pasado… A veces, parece que quienes más tienen que condenar, más callan. A veces, parece que cuando algunos condenan sus acciones del pasado -obligados por el qué dirán de los votos-, están avisando de que podrían repetirlas. Antes de nada, habría que condenar el olvido, y devolverle la dignidad a la memoria para que, si quiere echar un polvo, sea por puro placer, y no por cuatro perras.
2011/03/13 10:48:25.810000 GMT+1
Condenar el pasado
Escrito por: Jean.2011/03/13 10:48:25.810000 GMT+1
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