Llevamos una semana repleta de mediáticos decesos, que son aquellos que ocupan lugar de preferencia en los escaparates de los medios de comunicación, junto a la publicidad, que es el nutriente básico, verdadero y último, o sea, trino, de las empresas. Los adioses a un ex jugador de fútbol y a un actor de cine llamaron nuestra atención. Los reconocimientos y las condolencias públicas brotaron de forma presuntamente espontánea, aunque ya sabemos que no tanto. Zapatero, en el desfile de la cosa patria, calló y cayó por el capital, y no precisamente por el de Karl Marx, que el presi ni conocerá. Apuesten con tranquilidad. El presi es más de Ken Follet. En el sarao que se montaron las Fuerzas Armadas en el pobre y masoquista Madrid, chiringuito irredento de Espe y Gallardón, el presidente salió escaldado y abucheado. Es de suponer que la bulla y la bronca las montaban algunos grupos de extrema derecha, sentados a la diestra de dios padre Federico, porque no imaginamos –será esto por bondad natural- a los familiares y allegados de los militares pasándose por el forro de los mismísimos el homenaje a los caídos por la patria. Los repetidos ecos del “Zapatero, dimisión” agitaban una bandera rojigualda al ritmo de la necedad. Es más que probable que el chascarrillo, el soniquete sordo y estéril respondiese a una programación previa. Pero eso, como las ojeras, entra en el sueldo de Presidente del Gobierno. ¿Y en el de los caídos por la patria? Pero cuestionémonos antes, ¿acaso hay caídos por la patria? Los fallecidos en acto de combate son profesionales del ejército, que asumen situaciones de riesgo, de diferente magnitud, a cambio de un salario, de diferente magnitud. Hay que hacer frente al pago de hipotecas, colegios y la compra. Ésa es la patria de las domiciliaciones. Díaz Ferrán dice que hay que trabajar más y cobrar menos. De eso los militares saben mucho. También los obreros que se caen de los andamios. En Europa somos líderes en la especialidad. Lideramos el ranking de accidentes laborales, pero éstos no reclaman la atención del lector ni su interés. Son muertos muy poco mediáticos. No más de 20 segundos en un informativo. Eso en el mejor de los casos, que suele ser el peor de los casos, porque conlleva que el accidente haya sido múltiple. Los trabajadores muertos en accidente laboral también son caídos por la patria, en muchos casos de la explotación, de la indefensión y del abuso de unos empresarios desalmados que ahorran en costes y que se pasan las normas de prevención de riesgos por la entrepierna. Antonio Puerta, el presunto agresor del profesor Neira, elevado a los altares primero y defenestrado después por Esperanza Aguirre, es también un caído por la patria. Los medios de comunicación han hecho de él un abyecto criminal a cambio de unos anuncios que se han fundido en lingotes de oro. El oro ya no se mide en quilates, sino en telespectadores. Antonio Puerta, más allá de sus antecedentes penales y de su drogodependencia, ha sido víctima de sí mismo, pero, sobre todo, de un país de adocenados parias, de miserables inconscientes de su grado de miseria, de mediocres que juegan a aristócratas. Murió víctima de una sociedad experta en el infame arte de olisquear los despojos ajenos. Víctima de un inmenso corral donde resuena hasta el infinito el cacareo nacional. Lo de Antonio Puerta es la antítesis de la eutanasia. Al presunto agresor del profesor Neira, héroe nacional de quita y pon en manos de políticos sin ética, se lo han cepillado unos indeseables que dicen conocer los gustos del público. En esta patria los caídos llaman a la puerta. Echamos un vistazo a través de la mirilla y aguardamos en silencio a que se den la vuelta y vuelvan por donde han venido. Ellos no son nuestros muertos. Tampoco los de la prensa. Muchos menos los de los anunciantes. El réquiem lo orquestamos entre todos, los activos y los contemplativos, los rebeldes y los sumisos, los antisistema y los correligionarios, Díaz Ferrán, los ex de Belén Esteban, los toreros y Paquito el chocolatero . Las partituras vuelan manchadas de sangre. Algunos estaremos siempre solos, llorando por esta España que muere de sobredosis cada mañana encharcada en una bañera de lodo y desprecio. Estaremos solos sufriendo por esta España que muere de un chute de sangre y lágrimas cada vez que le llega un envite histórico. Estamos condenados a vagar por la necedad, dirigidos a la ruina, parsimoniosamente ensimismados por la charlatanería de feria de quien aguarda su turno en la tribuna de un Congreso donde juegan a masticar la libertad, haciendo globos con la democracia. Son las muecas y los resquicios de un destino al que no lograremos escapar. Podríamos escribir la historia futura de nuestra España en la servilleta de papel un bar y aguardar tristes a que se cumplan los negros presagios. No aprendemos de nuestros errores, porque no sabemos o no queremos reconocerlos. Todos somos, en cierta manera, caídos por la patria.
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