El otro día andaba yo divagando y vagueando por desnutridas callejuelas de los madriles, cerca de la Plaza Mayor, cuando me topé con un espectacular reclamo. Los ojos me hicieron chiribitas y me entró un tembleque de impresión. Casi entro en estado de shock y el sudor fue una vez mi aliado. Pegado en la ventana de una cafetería se hallaba un cartelón con el siguiente texto: “Increíble. Ahora, su café en taza por SÓLO 1 euro”. “¡Coño -pensé- , vaya chollazo, un cafelito por sólo 1 euro!” Y entré corriendo a la cafetería, no se fueran a agotar las existencias, o le diese tiempo al dueño del negocio a pensárselo mejor. No es que me apeteciera mucho otro café, pero a ese precio… Una vez dentro del garito, el olor a refrito comenzó a dominar la atmósfera. Un camarero no tardó en recibirme.
-¿Qué va a ser?
-Lo único que tengo claro es que no seré policía antidisturbios; por lo demás, ni idea. Me encantaría ser un tipo ocioso, pero me da que seguiré siendo por siempre un superviviente, alguien que va de aquí para allá y al que de vez en cuando le pagan por juntar cuatro letras”.
El camarero me miró con cara de asco. Eran las 9 de la mañana y no parecía tener ganas de filosofar, y mucho menos de humor barato.
-¿Va a tomar usted algo o no-, replicó al cabo de unos segundos, y lo hizo con tan mala leche que casi perdió el palillo con el que hacía increíbles filigranas en la boca.
-Un café con leche. El de la oferta, por favor-, contesté casi con orgullo.
El camarero cogió un trapo, intentó cargarse a una mosca que esquiaba sobre un suizo coronado con un poco de azúcar bajo la vitrina, justo al lado de unas porras y unos churros sudorosos.
-El café de la oferta no es con leche, caballero. Con leche lleva un suplemento de 80 céntimos.
-Joder, ya decía yo. Bueno pues con leche-, dije sentado sobre aquel inestable y viejo taburete.
-¿Lo quiere en taza o en vaso?-, volvió a interrogarme el hombre de la pajarita negra y la camisa repleta de lámparas de grasa.
-En taza, en taza-, me apresuré a precisar.
-Pues con taza lleva otros 80 céntimos de recargo, me dijo esta vez.
-¿Qué me dice, pero si en el cartel…?
-Lo que oye, que por ser en taza lleva ese recargo. Lo pone en la letra pequeña.
- Muy bien, pero, ¿puedo saber por qué lleva recargo?-, ya me estaba yo calentando.
-Pues por el incremento del precio del lavavajillas.
-Joder, pues pónganmelo que un vaso de plástico, como en el Starbucks
-Así le va al Starbucks, que está cerrando tiendas en todo el mundo. Con los vasitos de plástico y con esos sillones tan caros, no hay manera, claro. ¿Qué, lo quiere con azúcar o con sacarina?
- Con azúcar, que también llevará recargo, claro-, le dije, así, con pelín de mala leche.
-Pues sí, caballero, con azúcar son 75 céntimos más.
- Pues sin azúcar, a tomar por culo. Póngame un café sin azúcar-, dije, perdiendo definitivamente la compostura.
-No servimos cafés sin azúcar o sacarina, caballero-, me aclaró aquel tipo que llevaba tanta roña en la camisa (una de las lámparas me recordaba al Gernika de Picasso).
Me eché mano al bolsillo y me aseguré de llevar suficiente dinero encima.
-Joder con el cafelito de un euro. Bueno, pues nada, con azúcar.
Finalmente, el camarero me puso el maldito café. Me lo bebí de un trago y le pedí la cuenta.
-Cinco euros, caballero-, me dijo, con cierto aire desafiante.
-Qué cojones, cinco euros. ¿Es que no son 3,35?-, pregunté absolutamente irritado.
-Caballero…, comenzó a decirme el camarero.
Pero lo interrumpí.
-Y no me llame más caballero, coño, aunque eso lleve también recargo, suplemento o lo que sea. ¿Por qué son cinco euros? ¿Es que el puñetero café de la oferta depende del Euribor?
-No, caballero, es que en las oferta del euro no estaban incluidos el suplemento de la cucharilla ni las propinas.
Solté los cinco euros y me largué cabreado como un mono mientras aquel desagradecido me llamaba Onassis o no sé qué leches.
Fin de la historia.
¿Que no es creíble? Pues acérquese a una agencia de viajes, y lo del café no pasará de anécdota minimalista al lado del cachondeo que se traen con los consumidores los que nos venden las vacaciones. Te dicen que puedes volar a Nueva York por sólo 390 euros, pero luego en letra pequeña te clavan otros 350 por el incremento del carburante, y otros nosecuantos de las tasas, y la guinda llega con los gastos de emisión. Y el ministerio de consumo mirando para otro lado… o de vacaciones y disfrutando de cafés a un euro.
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