La irrupción en campaña de Aznar y González resulta sintomática del nivel de ansiedad que se vive en las sedes de Génova y de Ferraz. Sacar a pasear a la triste reliquia del partido tiene algo de velada antropológica. Pero es ante todo una retorcida actitud dominada por el mal gusto. Los dos son caballeros de triste figura y enmohecido recuerdo. Ambos mascullan discursos que hacen rechinar los dientes de quienes sufrieron sus currículos, saldados con espanto. Sus carreras transitaron por terrenos vedados a la decencia política. Sus miradas de presidentes envanecidos fueron degenerándose de forma progresiva e irreversible. Hoy, Aznar y González son dos hombres de éxito que viven permanentemente en la derrota.
Felipe ha sacado a pasear su rencor incendiario, se ha vestido de Guerra y ha disparado su veneno inmisericorde contra Mariano Rajoy, al que ha llamado imbécil, para disgusto de la niña rajoyniana. González lleva años sin hablar desde el socialismo, décadas. Renegó de la pana para dar paso a la cazadora dominguera, que para el estilismo ni fu ni fa, y ahora viste ropa de pipiolo pijolabis. Pero al subirse al escenario, Felipe se desnuda y se sale del guión del talante con improperios e insultos que llegan a los votantes, a los indecisos y al Youtube. Felipe es eso: el eterno "Yo tuve". Es el político que un buen día se perdió en el laberinto del pasado. Él ha dado al traste con aquello de Quien tuvo, retuvo. En Felipe sólo permanece inquebrantable e inalterable esa capacidad para diseccionar a los rivales sin la elegante aplicación previa de la anestesia. Felipe serpentea, lanza su lengua viperina a la yugular de la víctima y después huye a su guarida. Felipe ya sabe lo que es huir. Conoce como pocos qué significa tirar la piedra y esconder la mano. Barrionuevo, Vera y otros cofrades lo saben. De Felipe nos quedaron cosas feas y el atosigante Por consiguiente. El político de las patillas encanecidas sigue intentado vender su sonrisa, pero ya no convence a los parroquianos. Sus muecas han perdido el poder de convicción. A Felipe le delata la tristeza de sus ojos.
Aznar es un caso aún más triste. Cobijado bajo un jersey rosa de quinceañero osado, el bajito de la foto de las Azores canta en los mítines desde el victimismo. Estrecha sus manos a las de los fieles, que parecen dispuestos a arrancárselas. Josemari ni tiene ni tuvo nunca la sonrisa de Felipe. Sus asesores le pidieron casi de rodillas que sonriera, que se quitase y se pusiera las gafas, y, sobre todo que ocultara su estreñimiento facial tras su bigote. Hizo caso en todo y ganó las elecciones… con la ayuda de Felipe.
Aznar va ahora de intelectual, pero sus vástagos lo camuflan, lo visten de guerrillero de FAES de los pies a la cabeza y le dejan asomarse de cuando en cuando por los mítines. Por cada voto que recupera, el PP pierde un puñado. La niña de Rajoy le preguntó por las niñas iraquíes, pero el conferenciante Aznar, el escritor Aznar, el profesor Aznar, el asesor Aznar, se quedó sin palabras. Nunca le sobraron. Nunca supo jugar con ellas. Aznar se acostumbró a acudir al carnaval siempre con el mismo disfraz, el de Calígula. Acabó hablando tejano y poniendo los pies en la mesa de la renqueante salud española. Su insaciable ego le ha impedido pedir disculpas por su monumental y sangrienta mentira sobre las armas de destrucción masiva de Sadam. El 11-M cogió el teléfono y la voz le tembló para contar la milonga a los directores de los periódicos. Aznar se quitó el disfraz de Calígula y se puso el de hombre de éxito que vive en la derrota. Cuando en las fiestas coincide con Felipe, ambos se miran y se sorprenden al comprobar que llevan el mismo traje. Son las dos caras de un espejo, el de la triste España.
Comentarios
Escrito por: .2008/03/03 09:09:1.823000 GMT+1
Escrito por: Belén.2008/03/03 15:53:33.942000 GMT+1
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