La Celda de Jean Valjean

Érase un hombre a un bigotín pegado. Dejémoslo aquí, que ni yo soy Quevedo ni estamos en el Siglo de Oro. El caso es que ha dicho el inefable Aznar que María San Gil es un referente moral. Hay que calibrar con esmero los halagos del menda que considera que George W. Bush es un gran estadista. Es menester poner en cuarentena las consideraciones que este neoliberal de tres al cuarto tiene sobre la moral. ¿Qué se puede esperar de un tipo que pone acento tejano en una conferencia de prensa en Texas? A mí, desde luego, no me gustaría residir en el paraíso de halagos aznarí. Josemari es el hombre resentido por antonomasia, un aspirante a pipiolo  que cree que el calentamiento global es un alucinógeno puesto en circulación por una conpiración judeo-masónica. Si acudimos a la raíz del problema encontramos que ni siquiera estamos ante un problema. Así de sencillo. Aznar habla por hablar. Aznar habla por no callar. Aznar habla para cobrar. O sea que este mequetrefe se apunta a un bombardeo –nunca mejor dicho- con tal de que su soldada  de turno vaya a parar al baúl de sus tesoros. ¿Qué demonios sabe Aznar acerca del calentamiento global? Lo mismo que de armas de destrucción masiva en Irak. Exactamente lo mismo. Él adecua sus teorías al calor del billetaje que aguarda en el bando de los mecenas, de esos que están dispuestos a sacar la billetera para no perder uno solo de sus privilegios, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Quizá podría haberme ahorrado esta disertación; todo se reduce a una teoría harto demostrada: de calentamiento global, de ciencia, Aznar no tiene ni p… idea. El hombre de la triste figura, que parece haber inventado una vacuna o un botijo sin agujeros, el saltimbanqui seudo intelectual, cuenta con  la “virtud” de ser en sí mismo un calentamiento, pues lo mismo calienta al Gobierno socialista que convierte en incandescente el tinglado que hay montado en su partido. Aznar es en sí mismo un calentamiento global.