Me ha tocado hablar brevemente en los últimos días en varias ocasiones sobre el simplismo de los razonamientos que suele emplear en sus intervenciones públicas el ex presidente del Gobierno José María Aznar. (Por cierto que la pata de banco con la que se salió el pasado miércoles el ministro de Justicia, afirmando que él no comenta las palabras de Aznar porque el ex presidente no está en la política activa, es sólo eso: una pata de banco, por lo demás nada ingeniosa. Hay diversos modos de estar presente en la vida política, y Aznar se sirve de varios de ellos: lo está en tanto que presidente de honor del PP, lo está como obvio referente de autoridad de la derecha española, lo está como cabecilla de la FAES… Retirarse de la política activa es algo muy distinto. Es lo que hizo Manuel Pimentel, o lo que hizo Carlos Solchaga, por citar a dos políticos de signo distinto. Se retira de la vida política aquel que se ausenta de ella, punto y final. Es así de sencillo. Y Mariano Fernández Bermejo, a quien la voz a veces le fluye con más rapidez que el pensamiento, debería saberlo, porque es lenguaraz, pero no tonto.)
Dicho lo cual, retorno al sistema de argumentar que hace suyo José María Aznar, sobre el que ya digo que me ha tocado opinar en varios medios, pero lacónicamente, sin poder explayarme a gusto.
Consiste, básicamente, en presentar una determinada proposición como si fuera obvia (en lo que se escuda para no hacer el menor esfuerzo de demostración) y construir sobre esa base imaginaria el resto de su presunto razonamiento, hasta llegar a las conclusiones que él desea.
Como me he visto obligado a referirme a este asunto en términos muy lacónicos –vuelvo a quejarme–, me he limitado a refutar sucintamente la supuesta obviedad de Aznar («Los atentados de ETA tienen invariablemente una autoría ‘intelectual’ distinta de la material o ejecutora») apelando a diversas acciones terroristas de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que el propio Aznar siempre contabilizó en el debe de ETA. Varios de los atentados de los CAA fueron planeados y llevados a cabo por la misma gente. Quod erat demostrandum.
Pero hay otro ejemplo más sugestivo y, si se quiere, más bonito desde el punto de vista del análisis: el de la kale borroka.
Según los planteamientos del PP, respaldados por la doctrina Garzón y por varias sentencias de la Audiencia Nacional, las acciones de kale borroka deben ser englobadas dentro del terrorismo de ETA, y sus responsables, juzgados y condenados como miembros de ETA. Pues bien: está sobradamente demostrado que buena parte de esas acciones son pensadas, decididas y ejecutadas por gente que actúa sin que nadie oculto le haya dado instrucciones de qué, cuándo, cómo y contra qué actuar.
A mí no me cabe ninguna duda de que ETA modula tanto los altos y los bajos como la intensidad de la kale borroka. Pero ETA no entra a decidir si los borrokas deben quemar este coche, aquella excavadora o tal o cual autobús, si han de destrozar un cajero automático de la BBK o de la Caixa, o si conviene que tiren esta noche un cóctel molotov contra un concesionario de automóviles o contra una estación de Feve. ETA da en cada momento la consigna general que debe ser aplicada (“Enseñémosles un poco los dientes”, “Adelante a medio gas”, “Vamos a tope”, etc.) y luego los grupos de chavales con ganas de jarana se encargan de traducir esas consignas en actos concretos que sus jefes naturales deciden según su peculiar saber y entender.
Bien mirada, es una técnica similar a la que aplican los grupos vinculados ideológicamente a Al Qaeda a lo largo y ancho del mundo. Ellos saben qué línea general están marcando los jefes del tinglado, pero sus acciones, en la práctica totalidad de los casos, las deciden y las montan ellos mismos, en función de las informaciones y de los medios materiales y humanos que están a su disposición.
En realidad –y éste es otro aspecto no menos evocador y fascinante de la cuestión– siguen un modus operandi que guarda no poca similitud (aunque también muchísimas diferencias) con el que las partidas de bandoleros/guerrilleros españoles siguieron contra las tropas ocupantes francesas durante la llamada Guerra de la Independencia, entre 1808 y 1814. Fue el primer caso de guerra asimétrica tipificable como tal.
Nadie les decía al cura Merino, a Espoz y Mina, a José María El Tempranillo, a Juan Martín El Empecinado o a Julián Sánchez El Charro qué acciones debían emprender contra las tropas napoleónicas. Tenían –o creían tener– la orden general implícita de hostigar al enemigo como mejor supieran y pudieran. Sus ataques no contaban con más “autoría intelectual” que la que ellos mismos atribuían a los políticos refugiados en Cádiz, que en realidad eran incapaces de controlar el caos informe en que se desarrolló la guerra irregular contra las tropas napoleónicas.
El abismo existente por entonces entre quienes pensaban y quienes actuaban resultaba tan llamativo que el propio Carlos Marx llegó a escribir muy certeramente a ese propósito: «En Cádiz se encontraban las ideas sin acción; en el resto de España, la acción sin ideas».
Todo esto de los enfrentamientos armados y de las autorías intelectuales podría dar para reflexiones y debates bastante hondos e interesantes. Pero sería necesario que hubiera gente interesada en reflexionar y debatir a fondo, y que no primaran aquellos a los que sólo interesa que le proporcionen argumentos utilizables en tanto que armas arrojadizas.
________Publicado en Noticias de Gipuzkoa y Noticias de Álava el 10-XI-2007