A falta de otras, Aznar logró que se le acordara desde el principio una virtud práctica como gobernante: la eficacia en materia económica. Él insistía -sigue insistiendo- en su capacidad para «hacer los deberes» y la mayoría de la opinión pública se lo reconocía.«España va bien», decía. «España va razonablemente bien», matizaba Rato, enamorado del adverbio. Y el personal, como mucho, se dedicaba a poner nombre y apellido a los grandes beneficios: «Va bien... sobre todo para vuestros amigos». Pero admitía que sabían lo que se traían entre manos.
¿Lo sabían? A la vista de los resultados, parece que no demasiado. Última muestra de su sapiencia: la inflación se les ha disparado al doble de lo previsto. El doble: se dice pronto.
No es un asunto meramente técnico. El despegue de la inflación se traduce, de manera muy concreta, en que todos cuantos tienen ingresos mensuales fijos ganan ahora menos que hace un año. O sea, que viven peor.
El Gobierno reparte culpas y anuncia medidas. Pero no puede enderezar el timón, porque no lo tiene en sus manos. A fuerza de liquidar la presencia del Estado en la economía -a fuerza de malvender su propio poder-, ha ido reduciendo más y más su capacidad de intervención. Y la que conserva no quiere usarla, porque se lo prohíbe su religión neoliberal.
Nos han ido abandonando más y más a las leyes del mercado y ahora, cuando el mercado va por donde le viene en gana, lo único que saben hacer es echarle broncas. La supuesta panacea de las privatizaciones no ha tenido nada de tal: España ha pasado de la rigidez de los monopolios estatales a la rigidez de los oligopolios privados, a los que ni siquiera cabe castigar por vía política, porque sus jefes no pisan el Parlamento, ni rinden cuentas ante nadie.
Se trataba -dijeron- de propiciar la libre competencia. ¿Alguien ha visto algo parecido a eso en el sector de los carburantes, en el de la electricidad, en el de las telecomunicaciones? No se puede hablar de «conspiración para alterar el precio de las cosas» porque no hay ninguna conspiración: lo hacen con absoluto descaro y total impunidad. ¿Cómo poner reparos ahora mismo a la fusión entre Canal Satélite y Vía Digital en nombre del respeto a la libre competencia cuando hace tiempo que las dos plataformas ofrecen los mismos productos de pago... y al mismo precio?
La alocada política de privatizaciones a mansalva y de baratillo puesta en práctica por el Gobierno de Aznar -iniciada por los Gobiernos de González, todo sea dicho- está empezando a mostrar su verdadero rostro. Algunos lo apuntamos en su día, echando mano del refranero: «¡Pan para hoy y hambre para mañana!». Tal cual: los males de ahora son el mañana de aquel ayer.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (15 de noviembre de 2002) y El Mundo (16 de noviembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2018.
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