Pongamos que te encanta la mecánica. Eres un joven emprendedor -no es imposible- y te decides a poner un taller de reparación de motos. Te estudias con todo detalle tu ciudad y descubres que, en las proximidades de un Instituto, a cuyas puertas has visto muchas veces montones de motocicletas, no hay ni un puñetero taller. Te instalas allí, te das a conocer, pones precios asequibles y, en cosa de pocos meses, tienes una clientela de aúpa. Tu taller va viento en popa. Pero, hete aquí que, pasados los años, llega un mal día -un mal día para ti- que el Ministerio decide que el edificio de ese Instituto está hecho unos zorros y construye otro nuevo y reluciente... lejos de tu taller. Tratas de trasladarte a la nueva zona, pero es un disparate: está llena de talleres, mejores incluso que el tuyo. ¿Entonces? Entonces, qué remedio: te fastidias, hijo.
Pero pongamos que eres un joven emprendedor de buena familia -esto ya es más difícil- y que lo que decides es comprarte un buen barco pesquero. Te haces con una licencia de pesca en aguas marroquíes, enrolas a los marineros correspondientes y allí los mandas, a que pillen todo lo que puedan. Te va de cine.
Pero pasan los años y Marruecos dice que nanay, y suspende el acuerdo de pesca. Ves si puedes mandar tu barco a otras aguas, pero está ya todo más pillado -y más esquilmado- que ni sé. ¿Entonces? Entonces amarras el barco y pides al Estado que te solucione el problema. Y el Estado, en vez de reírse en tus barbas como si tuvieras un taller de reparación de motos, empieza a pagarte para que puedas aguantar con el negocio hasta que vengan mejores tiempos... o hasta que él mismo te busque una alternativa.
Pones una tienda de electrodomésticos y se te inunda, y ahí te las compongas con el seguro, si lo tienes. Tienes una explotación agraria, cae el pedrisco, te manda la cosecha al guano... y el Estado acude solícito, declara que tus tierras y las de tus vecinos son «zona catastrófica» y empiezan a llegarte los créditos blandos, si es que no las ayudas a fondo perdido.
¿Por qué si eres representante tienes que pagarte el gasóleo a precio de mercado, pero si eres armador de pesca te lo dan libre de impuestos? ¡Ah!
No tengo nada en contra de la pesca y la agricultura, faltaría más. Pero tampoco tengo nada contra los propietarios de talleres de motos, los dueños de tiendas de electrodomésticos y los representantes, que pagan sus impuestos como todo pichichi.
Cada duro que el Estado ahorra a los armadores de pesca y a los propietarios agrícolas es un duro que no cubrirá otras necesidades.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (4 de octubre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de abril de 2017.
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