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2001/10/29 06:00:00 GMT+1

¿Y si Aznar se lo creyera?

Mucha gente se queja -yo lo suelo hacer- de la insinceridad de los políticos. No pretendemos que digan todo lo que piensan - eso podría resultar a menudo muy imprudente-, pero sí que piensen lo que dicen. Que se lo crean.

Espero que José María Aznar no nos esté haciendo caso. Confío en que no piense realmente las cosas que está diciendo. Porque, si reflejaran la verdad de su pensamiento, estaríamos aviados.

Ayer, sin ir más lejos, se soltó un discurso ante la militancia castellano-manchega del PP en el que realizó una explosiva mezcolanza de estupidez, demagogia y fanatismo.

Confío en que no se tome en serio eso que dijo de que los nacionalistas vascos quieren «un pacto de Estado para acabar con el Estado». Porque es una memez. Ningún nacionalista -nunca, en ninguna parte- aspira a acabar con el Estado que considera opresor. El techo de los anhelos de los nacionalistas -de todos, en todas partes- es que el Estado abandone el territorio de su comunidad específica. A partir de lo cual, que continúe su existencia como mejor le venga en gana. Un nacionalista vasco que se propusiera como meta acabar con el Estado español dejaría automáticamente de ser nacionalista vasco para convertirse en un revolucionario... español.

Aznar se preguntó, acto seguido, si quienes le animan a seguir el modelo irlandés quieren que él haga como hicieron las autoridades de Londres y suspenda la autonomía de Euskadi. De verdad: preferiría que el presidente del Gobierno español no crea que los que decimos que hay que tener en cuenta la experiencia irlandesa pretendamos que hay que calcarla en todos sus aspectos, incluidos los más negativos y fuera de lugar. Porque eso revelaría que no entiende una jota. Prefiero pensar que lo soltó en un alarde de demagogia barata. Por lo menos yo, siempre he preferido tener enfrente a un demagogo perverso que a un tonto del culo. Porque el perverso puede cambiar, según sus intereses, pero el tonto del culo lo es las 24 horas del día, 365 días al año.

El jefe de Gobierno español pasó acto seguido a dar cuenta de sus convicciones. Las convicciones de Aznar constituyen un arma de más que dudosa honestidad intelectual, pero, eso sí, extraordinariamente dúctil. Gracias a ellas, puede acusar a quien sea de lo que sea, e incluso pretender que piensa lo que dice que no piensa, sin aportar la más mínima prueba, excepción hecha de su «convicción». Así, acusó al Gobierno vasco de estar «buscando la concertación total con el mundo nacionalista radical para echar abajo el edificio del Estado». ¿En qué se basa para lanzar tamaña acusación? Él mismo lo dijo, cuando preparó su afirmación con el siguiente arranque: «Yo estoy convencido, por encima de todos los meandros y todas las curvas, por encima de los confusionismos...». Es decir: no tengo prueba alguna; la realidad parece indicar lo contrario; pero yo lo sé, porque me paseo cómodamente por los rincones más oscuros de los cerebros ajenos.

Insisto: preferiría que toda esta farfulla demagógico-tremendista sea el mal adorno de un escenificador cutre. Porque, como fuera verdad que se cree de verdad lo que dice... en menudas manos estaríamos.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (29 de octubre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/10/29 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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