El Congreso de los Diputados rechazará esta tarde por amplia mayoría el proyecto de nuevo Estatuto para la Comunidad Autónoma Vasca que respaldó el Parlamento de Vitoria por mayoría absoluta.
Los promotores de la iniciativa pueden abordar de diversos modos el conflicto que se crea a partir de esa decisión.
Tienen la posibilidad, obviamente, de negar que el Congreso de Madrid esté legitimado para imponer a Euskadi una decisión rechazada por la representación de la mayoría del electorado vasco. En coherencia con ello, pueden pedir a la ciudadanía vasca que demuestre en las urnas de qué lado se inclina. Cabe igualmente que el lehendakari, por el aquel de darle al hierro cuando está al rojo y para que no se prolongue una situación de interinidad poco deseable, adelante las elecciones autonómicas previstas para mayo.
Probablemente será eso -o algo por el estilo- lo que sucederá en el inmediato porvenir.
Pero no es el corto plazo lo que me preocupa. Pienso a medio término.
Pongamos que se celebran las elecciones autonómicas y que el tripartito obtiene la mayoría absoluta, quizá con el añadido de Aralar. (Me pongo en esa eventualidad porque, de no ser así, si el tripartito quedara en minoría, habría de replantearse toda su estrategia de punta a cabo.)
En tal caso, digo, ¿le convendría insistir erre que erre en el proyecto denominado plan Ibarretxe o haría mejor en explorar otras posibilidades?
Creo que hay algunos puntos clave en los que Ibarretxe tiene toda la razón. Por ejemplo: cuando los socialistas de Patxi López le reprochan no haber buscado acuerdos más amplios, «a la catalana», hace muy bien en recordarles que los convocó una y otra vez para dialogar y que fueron ellos, por boca de su entonces secretario general, Nicolás Redondo Terreros, quienes no quisieron participar en ninguna conversación.
Cuantos aceptaron debatir el proyecto de reforma del Estatuto pudieron hacerlo. Ellos no quisieron. Nadie los marginó: se automarginaron.
Pero ¿de qué se trata: de tener razón o de avanzar? El PSE-PSOE se equivocó, y mucho, pero tampoco es cosa de exigirle que se dé golpes de pecho en público pidiendo perdón. Si ahora se aviene a hablar sobre un posible nuevo Estatuto de Autonomía, ¿por que no explorar hasta dónde está dispuesto a llegar? ¿Por qué no meter esa cuña entre el PSOE y el PP, contribuyendo a quebrar el bloque que han formado en los últimos años?
Tampoco hay demasiadas razones para hacer del llamado plan Ibarretxe un fetiche intangible. Dos de los tres socios del tripartito (EA y EB) admiten que han asumido ese proyecto, pero que no es el suyo. Y el ideario del PNV tampoco es ése exactamente. El lehendakari lo concibió como terreno propicio para el consenso, pero no ha podido serlo. Puestos a buscar un mínimo común denominador político para la mayoría de la ciudadanía vasca, doy por hecho que cabría encontrar otras formulaciones.
Lo que planteo, detalles al margen, es una gran opción de fondo. Me parece que, pasadas las próximas elecciones autonómicas, va a venir el momento de elegir entre aferrarse al plan Ibarretxe, en plan «o lo tomas o lo dejas», o explorar nuevas vías que puedan propiciar un nuevo escenario político. A mí el PSOE me produce una desconfianza de aquí te espero, pero es lo que hay. Y tiene apoyos en Euskadi. Y va a tener aún más, tras el batacazo que cabe augurar a María San Gil y compañía.
Son ésos los mimbres con los que hay que ir tejiendo la cesta.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (1 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.
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