Hace veinte años, la costa mediterránea empezó a llenarse de grandes moles de viviendas y hoteles, gigantes a la orilla del mar: veinte, veinticinco, treinta pisos de hormigón, cemento, ladrillo y vidrio, bien pegaditos unos a otros, la playa a sus pies. «¡Cómo en América!», se decían, extasiados, muchos lugareños. Esas edificaciones resultaban, al parecer, el más claro símbolo del progreso, y quien criticaba su proliferación era tildado automáticamente de retrógrado y reaccionario.
El resultado -el error, el horror- no se le oculta ya a nadie. La costa mediterránea da pena verla: hecha unos zorros, condenada a patrocinar un tipo de turismo masivo, de a duro por cabeza, esclava de las , tres malditas eses británicas -sun, sand, sex.
Temo que pueda suceder tres cuartos de lo mismo con la pelea por su supervivencia que tienen emprendida ahora los pequeños comerciantes. Llevo ya varios días oyendo a doctos comentaristas que aseguran, en tono conmiserativo, que estos tenderos indignados son unos pobres carcas que se oponen al progreso. Porque la ecuación, por lo visto, va de suyo: hiper = modernidad; pequeña tienda = atavismo decadente.
Para mí, las cosas distan de estar tan claras.
El pequeño comercio es un factor vivificador fundamental, realmente insustituible, del medio urbano. Un barrio sin tiendas o con pocas tiendas es un barrio muerto. Recorran ustedes a media mañana las calles de alguna de nuestras ciudades-dormitorio, en las que el pequeño comercio escasea, y podrán comprobarlo sin la menor sombra de duda: las tiendas generan un ambiente propicio para la convivencia, para el contacto humano entre los vecinos, para la mejora de la calidad de vida, en suma.
No se trata de oponerse a los grandes almacenes o a los hipermercados. Ofrecen a los consumidores algunas ventajas indudables. Pero la agonía del pequeño comercio representa un problema que desborda el campo de la economía y que, en consecuencia, no se puede afrontar con las puras leyes del mercado en ristre. El pequeño comercio es un bien social que hay que proteger por razones de urbanismo y de potenciación de la sociabilidad.
Se hace necesario tomar las medidas legales que permitan la supervivencia del pequeño comercio, o sea, lo contrario de lo que el Gobierno ha hecho con la nueva legislación sobre arrendamientos y con el alza del impuesto de actividades económicas, por ejemplo.
La actual agonía del pequeño comercio no es signo de progreso. A no ser que el progreso consista en ir de mal en peor.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de febrero de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de febrero de 2012.
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