Mi hija Joana, que tal que hoy cumple los 17, está tratando de decidir qué quiere ser de mayor. Con el tiempo verá que de mayores todos somos algo muy poco atractivo: mayores.
Pero ella está pensando en su futuro profesional. Duda si estudiar periodismo.
Si opta por intentarlo, la animaré a que trate de ser columnista.
El «columnismo» es un género periodístico que permite establecer relaciones verdaderamente sinceras y gratificantes con esa parte de la realidad que llamamos noticias. No digo que obligue a hacerlo. Sólo que lo permite.
Me explicaré con un ejemplo. El pasado martes, ojeando las nuevas de las agencias, me topé con una que me pareció la repera: a Patricio López Illán, bombero de Molina de Segura, sus jefes le han abierto un expediente, acusándolo de «falta muy grave» porque se tiró un pedo en la sala de control del Parque local de Extinción de Incendios, sin darse cuenta de que detrás de él -o sea, en la fatal dirección del gas emitido- estaba comiendo un voluntario de Protección Civil. Al apercibirse de su error, Patricio -hay nombres que obligan- pidió disculpas. El voluntario las aceptó. Pese a lo cual, los jefes del bombero han decidido expedientarlo.
¿Qué se puede hacer con una noticia como ésa en un periódico? Un servidor, que es como es, tuvo ganas de sugerir que se le dedicara el editorial del día. Ciertamente, era una perfecta metáfora de la situación de este irritante país: mientras nadie retira de la vía pública las plastas de los De la Concha, los Rubio, los De la Rosa, los Roldán, las Aida y demás fileseros de inaguantable pestilencia, a un chaval que se echa un pedito -¡un efímero y simple pedito!- se le acusa de falta «muy grave». Ahora entiendo por qué el expediente del Banco de España contra Mario Conde fue sólo por «falta grave»: porque no se echó ningún pedo ante Luis Angel Rojo. Si se lo tira, se la carga.
Es lo primero que se me ocurrió. Pero, claro, pronto me di cuenta de que un periódico circunspecto como éste no puede publicar un editorial que se titule, digamos, «Aquí es más grave echarse pedos que cagarla». Está feo. Además, lo proscriben claramente todos los libros de estilo, que avisan de que «las expresiones vulgares, obscenas o blasfemas están prohibidas». De acuerdo con lo cual, este diario se hizo eco del suceso, pero habló de «ventosidad». Y eludió cualquier tipo de metáfora escatológica.
En cambio, ya ven, un columnista sí que puede escribir de esas cosas. Es uno de nuestros privilegios. Por eso decía al principio que, si mi hija decide finalmente estudiar para periodista, la animaré a que escriba columnas. Trataré de convencerla de que soltar sin tapujos lo que se piensa, amén de ser socialmente útil, desahoga un montón.
Por lo demás, no hay peligro: ella ya sabe perfectamente que echarse pedos en público no es una forma de libertad de expresión.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de abril de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de abril de 2011.
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