La noche de Las Palmas es plácida y suavemente cálida. Invita a la conversación pausada
Comparto larga sobremesa con un grupo de amigos, canarios y peninsulares.
-Me da pena Savater -me comenta un vizcaíno, experto en sartenes y cazuelas, que lleva ya años instalado en la isla.
-¿Por qué? -le pregunto.
-Porque es una víctima del terrorismo -replica.
No me inmuto. Estoy acostumbrado a oír de todo.
-No sabía que hubiera sufrido ningún atentado -comento, por decir algo, sin ánimo de polemizar.
-No, si no hablo de eso -se explica el vizcaíno-. Me refiero a que el terrorismo le ha alterado las entendederas. Lo ha fanatizado. Es una víctima del terrorismo.
No conozco lo suficiente a Savater como para pronunciarme al respecto. Le he visto últimamente en muchos telediarios dando voces por la calle e increpando. Ignoro si en otros tiempos fue persona de natural más calmo.
Pero, dejando de lado al filósofo que algunos comparan ahora con Sartre -tal vez porque han olvidado que Sartre jamás se puso del lado del poder establecido, con razón o sin ella-, me vale la reflexión. Y no necesariamente en términos peyorativos.
Demasiada gente está siendo víctima del terrorismo en ese sentido. Del mismo modo que hay fumadores pasivos que padecen afecciones derivadas del tabaco sin haber fumado nunca, existen víctimas del terrorismo que nunca han sufrido un atentado. Me da que casi todos los vascos padecemos ese síndrome, con una u otra visceralidad, con más o menos capacidad de sublimación y más o menos apego a la cordura.
Comentaba también ayer en otro foro, horas antes, un sondeo según el cual un tercio del electorado vasco admite que siente miedo. Dije que me produce incredulidad ese 60% que, según el sondeo en cuestión, no se muestra temeroso. Alguien me objetó: «Esos son los abertzales radicales amigos de EH».
¿El 60%? No sé; mucho amigo de EH me parece eso.
No, no me lo creo. Tengo el convencimiento de que, para estas alturas, la práctica totalidad de la ciudadanía vasca siente algún tipo de miedo. Hay demasiada gente que asusta: no sólo los que disparan y ponen bombas -ésos te quitan el miedo por la vía rápida en cuanto te descuidas: malditos sean-, sino también los que apabullan y descalifican, y los que van por la vida con un permanente «o conmigo o contra mí», y los que dan con la puerta en las narices -incluidas las puertas laborales- a quienes no les bailan el agua.
Con tanto victimario, ¿quién no es víctima? Los propios victimarios son también víctimas de sí mismos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (2 de mayo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de mayo de 2011.
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