Algunos de mis conocidos no entienden que desconfíe por sistema de las versiones oficiales de los hechos.
Critican, por ejemplo, mi empeño en hablar siempre de «presuntos culpables», en tanto no se haya producido una sentencia firme e inapelable que establezca la efectiva culpabilidad del acusado. «Pero, si él mismo ha reconocido su participación en los hechos, ¿qué sentido tiene que no la des por segura?», me dicen. A lo que respondo que nunca es el propio detenido, sino algún otro -responsable policial o político, por lo común-, el que asegura que el arrestado ha admitido su culpabilidad. A lo cual añado que tampoco es raro que algunos detenidos admitan ante la policía los crímenes que les imputan, aunque no los hayan cometido, con tal de librarse del «hábil interrogatorio» que estaban padeciendo.
La mayoría de los ciudadanos incurre en el error de poner límites a la capacidad de mentir de quienes ostentan el poder. La experiencia está lejos de justificar su credulidad. Demuestra más bien todo lo contrario: con tal de librarse de responsabilidades o de apuntarse tantos, son capaces de decir -y lo que es peor, también de hacer- lo que sea. Hasta lo más inicuo.
La actuación del alto mando de Scotland Yard después de que sus agentes dieran muerte al ciudadano brasileño Jean Charles de Menezes el pasado 22 de julio avala esa afirmación, por dura que resulte. Ahora sabemos que toda la versión que ofreció el jefe de la policía británica, Ian Blair, fue una pura patraña. Y que además era consciente de que mentía: intentó por todos los medios que no se llevara a cabo una investigación independiente de lo ocurrido. En contra de lo que él afirmó para justificar la actuación homicida de sus agentes, De Menezes no vestía un abrigo abultado, sino una cazadora vaquera, no saltó la barrera de entrada en el Metro y no huyó de la policía. Fue detenido, inmovilizado contra el suelo y acribillado a tiros cuando no podía -y, por lo que dijeron los testigos, tampoco quería- ofrecer resistencia.
Encaramos aquí y ahora el trágico caso del helicóptero militar español que se estrelló el pasado martes en Afganistán. El ministro del ramo, José Bono, ha dado diversas explicaciones para inducir a la ciudadanía a pensar que fue un accidente. No le creo. Y con razón. Ya sabemos de un punto en el que ha faltado a la verdad: dijo que la población autóctona de Herat tiene una actitud amistosa hacia los soldados españoles, y no es así. Algunos habitantes de la zona llegaron incluso a recibirlos a pedradas. Puede que no sean simpatizantes de los talibán, sino gente que malvive del narcocultivo. A los efectos, tanto da.
Afronto este caso concreto aplicando mi planteamiento general: mientras lo único que sepamos de lo ocurrido sea lo que nos llega a través de la versión oficial, no sabremos nada a ciencia cierta.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (19 de agosto de 2005) y El Mundo (20 de agosto de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 24 de julio de 2017.
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