En el mucho tiempo que llevo dedicado al problemático oficio de opinar, la realidad me ha obligado a escribir una y otra vez sobre algunos problemas que tienen solución, pero que no se solucionan.
Acabamos de ver otro terrible desastre de ésos que llaman «naturales». Cuando hace unos pocos años viajé por Indonesia, vi muchos núcleos de frágiles barracones situados a la orilla misma del agua. «El más ligero embate y se les va todo al guano», pensé.
Lo que sobrevino el sábado no tuvo nada de ligero. Y se fue todo al guano.
Cada vez que sucede un desastre de ese género, muchos insistimos en la misma idea: allí donde hay edificaciones de buena calidad, dotadas de las medidas antisísmicas adecuadas, las catástrofes se minimizan; cuando las casas o sus remedos son una porquería y han sido levantadas en terrenos inestables, las víctimas se cuentan por miles.
A las 4/5 partes de las víctimas no las mata el terremoto. Las mata la pobreza.
¿Hay alguna autoridad que ignore eso? Desde luego que no. Pero nuestros próceres prefieren mirar para otro lado, para no tener que maldecir a los gobiernos y a quienes detentan el poder económico en esos países, que no mueven un dedo para cambiar la realidad.
Hay muchas verdades como ésta, que son de cajón, pero que no son tenidas en cuenta por quienes podrían corregirlas. Un enésimo informe acaba de repetir lo que muchos venimos diciendo desde siempre: que en el mundo hay suficientes alimentos para todos, que las hambrunas son resultado de las desigualdades sociales a escala internacional y que, incluso considerando el problema del modo más egoísta -pero no a corto, sino a medio y largo plazo-, al Primer Mundo le convendría favorecer un reparto más equitativo, porque el hambre sale cara y porque está dando origen a flujos migratorios incontrolables. Sin embargo, los gobiernos de la mayoría de los países se llaman andana. Ni siquiera cumplen los compromisos adquiridos, como el del 0,7%.
Pasa lo mismo con la protección de la capa de ozono: saben muy bien que el beneficio desaforado de hoy representa una hipoteca terrible para el mañana. Pero ahí está George W. Bush, que no sólo no propicia la reducción de las actividades contaminantes de la industria de su país, sino que la ayuda a incrementarlas.
A su pequeña escala, pasa lo mismo en España con las grandes nevadas y los tremendos atascos que propician. Se planifican mal, no se dispone de las maquinaria que haría falta... Pero da igual apuntar las soluciones. Las conocen de sobra. Cuando el PSOE estaba en la oposición, denunció la situación de manera muy certera. Igual que hace ahora el PP.
La cuestión no es que quienes ocupan el poder, aquí o en donde sea, no sepan qué hay que hacer para resolver los problemas. Lo saben. Pero prefieren gastarse el dinero en otras cosas. En otros negocios.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (28 de diciembre de 2004) y El Mundo (29 de diciembre de 2004). Hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 11 de julio de 2017.
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