Conecto a través de Internet con la NASA. Ofrece una amplia gama de fotografías de la superficie de Marte. Las imágenes son de muy notable precisión, si se considera que han sido trasmitidas desde una distancia de casi 200 millones de kilómetros. Yo las he hecho peores a tres metros. Veo rocas, agujeros a modo de cráteres, una colina al fondo; veo incluso las piedrecitas que hay en el lugar en que se ha posado la nave Pathfinder. A decir verdad, todo es extraordinario, empezando por la propia red de Internet que me permite conectar con la NASA y captar las imágenes que llegan a los EE.UU. desde el planeta al que llaman rojo por razones que ahora constato desde bien cerca.
Vivimos un mundo en el que las posibilidades de información crecen a velocidad de vértigo, casi diariamente. Hablo por mí: cuento con decenas de canales de televisión que me bombardean noticias; Internet me trae hasta casa emisoras de radio de todo el mundo (ahora mismo estoy oyendo las noticias de Radio Mitre, en Buenos Aires; seguro que allí alguien estará en este momento escuchando los boletines informativos que se radian en España)... Raro es el dato que necesite -sea histórico o actual, de política o de arte- que no pueda hallarlo gracias a los buscadores de la red mundial a la que se conecta mi ordenador con sólo pulsar una tecla.
Contamos con posibilidades de información casi infinitas, en efecto. ¿Conocemos mejor la realidad por ello? Recuerdo un cuento de G. K. Chesterton. Relataba en él lo que hizo el padre Brown una vez que tuvo que llevar un valioso cáliz en tren. Sabía que iban a viajar en él varios expertos ladrones para tratar de robárselo. Ningún sitio le parecía suficientemente bueno para ocultarlo. Al final encontró el modo de burlar a los ladrones: colocó el cáliz bueno entre decenas de otros, aparentemente iguales pero de apenas valor.
El bombardeo de información -la saturación de datos- no es garantía de conocimiento. Y menos todavía de conocimiento crítico. El exceso de luz no permite ver. El estruendo no deja escuchar. Podemos muy bien avistar lo que está a 200 millones de kilómetros y no enterarnos de lo que tenemos delante de las narices.
Javier Ortiz. El Mundo (6 de julio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de mayo de 2013.
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