Este es un país muy dado a los malos entendidos. A terribles y lamentabilísimos malos entendidos. Uno, tristemente célebre, fue el protagonizado por Francisco Franco en 1936. Angel González descubrió hace años qué le sucedió realmente: alguien dijo «¡A las urnas!», él entendió «¡A las armas!» y, pundonoroso que era, mató mucho. Con pistolas, con rifles, con decretos. El desastre algunos lo penamos por decenios.
Ya ven qué líos acarrea a veces entender mal. Cachis.
Estamos a punto de enzarzarnos ahora en una nueva pendencia colectiva -sin armas, espero- y me da en la nariz que va a ser por culpa de otro malentendido.
Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán:
-Tío, te pasas -me dice-. Estás obsesionado por mandar a casa a los felipistas.
-Sí -admito.
-Estarías dispuesto a cualquier cosa por lograrlo -añade, creyendo que abunda en la misma idea.
-¡Para nada! -me rebelo.
Ese es otro lamentable error en el que -mucho me temo- están incurriendo los felipistas. Se creen que haríamos lo que fuera para echarlos. Y no. Tal vez alguno sí. Pero somos muchos más los que, para empezar, no solo no tenemos el menor interés en llegar a las manos, sino que tenemos un muy vivo interés en no hacerlo. Y, en segundo lugar, somos igualmente mayoría los que, por más que no pararemos hasta demostrar su indignidad, jamás recurriremos a métodos que no aceptaríamos que otros utilizaran contra nosotros.
Se toman el asunto como si fuera una cosa personal. Como si les tuviéramos manía, y por eso nos dedicáramos a sacar a relucir sus trapos sucios. No se dan cuenta de que el proceso es precisamente el inverso: que, si hemos llegado a tenerles manía, es por la enorme cantidad de trapos sucios que han acumulado. Y que, si sacamos esos trapos sucios a la luz, es para que el personal coincida con nosotros en cuán razonable es tenerles manía. Por eso y solo por eso. O sea: que la manía es el efecto, y los trapos sucios, la causa.
Nuestra manía es funcional. Quiero decir con ello que, si las gentes del PSOE indemnizan a la sociedad por el mal causado -del único modo posible: aveniéndose a que tienen que desalojar el Poder y hacer un cursillo intensivo sobre cómo no cagarla por completo otra vez si vuelven a él-, la manía se irá por donde y con los que vino.
Si lo más cómico del asunto es que, encima, por muchas razones -de gustos, de talante, de historia común, de cultura-, buena parte de los que hoy sentamos nuestros reales en el Cuartel General de la Conjura Antifelipista podríamos estar mucho más cerca de ellos que de esos otros que van a sustituirlos.
Venga, vale. Dejemos en paz las vísceras y procedamos a hacer las cuentas civilizadamente. Pagad lo que debéis y clausuremos de una vez este capítulo. No nos obliguéis a seguir peleando por lo evidente. No nos hagamos todos aún más daño.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de junio de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2011.
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