Os lo reproché en su momento, y me tomásteis a chunga. Os dije que no le criticarais por su silencio. Que es muchísimo peor cuando toma la palabra. Y vosotros, nada, erre que erre: «¡Que hable el presidente!». Y ahora está que no calla. ¿Sois conscientes de la terrible catástrofe a la que habéis contribuido con vuestra maldita inconsciencia?
Como si este país careciera de problemas, helo ahora con otro más: el de determinar cómo deben arreglárselas los parados para hacerse protagonistas de su propio destino, según la última propuesta del jefe del Gobierno. Ayer, la mayoría de los analistas políticos de la radio se pasaron el día dando vueltas al misterio. Y nada.
Aunque soy probablemente el único comentarista libre del pecado de haber reclamado a González que hablara -yo le pedí que callara, a poder ser para siempre-, mi natural generosidad y sentido de la solidaridad social me mueve a desentrañar ese enigma, a fin de que el país pueda retornar a sus preocupaciones anteriores, nada desdeñables, por cierto.
Veamos: ¿cómo puede alguien, parado o en movimiento, hacerse protagonista de su propio destino? Respuesta: de ningún modo. Por una razón francamente elemental, que nadie ha señalado hasta ahora: porque el destino es lo que está por venir, y uno sólo puede ser protagonista de un fenómeno presente. Cabe, cierto, labrarse el porvenir, según esa frase tan cursi que se decía antes, e incluso hacerse responsable de su destino. Lo que nadie puede, por mucho que se lo pida González, es ser protagonista del futuro.
Entonces, ¿cómo interpretar su propuesta? Pues, sencillamente, como otra de las muchas perfectas vacuidades que dice. Nuestro jefe de Gobierno está especializado en realizar afirmaciones muy rotundas que parecen significar algo, pero que, examinadas de cerca, no encierran estrictamente nada. Les regalo esta otra perla, cumbre de la Lógica, que incluyó también en sus declaraciones del pasado lunes: «Que no cuenten con nosotros y, por consiguiente, que no cuenten con nosotros». ¡Por consiguiente!
Discuto desde hace tiempo con muchos colegas sobre el peculiar sistema de expresión de Felipe González, compuesto de evidencias hueras y de mentiras podridas, a partes iguales, que él une entre sí merced al uso más abrumador del por consiguiente que haya conocido nuestra lengua desde los tiempos del Arcipreste de Hita. Los hay que creen que, como no dice nada, nada importa lo que diga. Incurren en un grave error. Porque se olvidan de que hay, desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimos congéneres que no se dan cuenta de que no dice nada; que se quedan sólo con la música, con la energía y la convicción que él finge, y esa música les inspira confianza. Y van y le dan su voto.
De ahí que insista: este hombre, cuanto más calladito, mejor.
Javier Ortiz. El Mundo (22 de diciembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de febrero de 2013.
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