Una lectora me dice que no comparte ni poco ni mucho mi afirmación de que Julio Anguita Parrado -ella respondía a un comentario mío anterior al fallecimiento de José Couso- ha muerto en el cumplimiento de una misión social: la de recabar y difundir información veraz, en la medida en que los tinglados mediáticos lo permiten. Según ella, el seguimiento diario y detallado de una guerra sólo puede responder a un interés morboso, y representa una afrenta para la pobre gente que sufre el conflicto y que maldito el interés que tiene en que la vean por medio mundo. En su criterio, una vez que se sabe que ya hay guerra, no vale la pena hablar más, y menos aún verlo: las guerras son todas iguales.
Un corresponsal de guerra, según ella, es «alguien que ha viajado voluntariamente hasta allí para ver ese horror y retransmitirlo como si fuera un acto social o deportivo», «personas vanidosas que desprecian sus vidas supuestamente por nuestro derecho a la información» y «que no muestran respeto alguno por este bien tan preciado que es la vida, puesto que la arriesgan inconscientemente en favor del derecho a la información».
Vale la pena detenerse en la crítica, porque condensa argumentos que -éste por aquí, el otro por allá- se oyen con relativa frecuencia.
Un punto inicial, más que nada para dejar de lado las descalificaciones personales, siempre problemáticas: a nadie que haya conocido a Julio A. Parrado -y, por lo que me cuentan, otro tanto podría decirse de José Couso- se le ocurriría decir que era un chaval vanidoso. Sencillamente porque no lo era. Y menos aún que acudió a Irak a relatar la guerra «como si fuera un acto social o deportivo», entre otras cosas porque los actos sociales y deportivos nunca le interesaron gran cosa.
Pero, salvadas esas acusaciones tan genéricas como gratuitas -y, a decir verdad, innecesariamente ofensivas-, es cierto que Julio y los demás corresponsales de guerra podrían haber viajado a Irak engañándose a sí mismos, creyéndose que iban a realizar una función de interés colectivo, cuando en realidad la cosa era muy otra y su trabajo estaba destinado sólo a alimentar la sed de espectáculo de los sectores más morbosos de la opinión pública.
Pero es que tampoco es así. No me cabe la menor duda de que la amplia presencia de periodistas en esta guerra ha tenido bastantes efectos positivos. Sus informaciones -las de algunos, claro- han servido de argumentos para la movilización contra la guerra. Han obligado a los EUA a limitar su recurso a armas particularmente crueles en sus efectos, tanto inmediatos como posteriores. Han preservado algo -muy insuficientemente, pero algo- a la población civil iraquí. Han deteriorado de manera considerable la imagen de la Administración norteamericana en todo el mundo y han permitido demostrar la falsedad de sus coartadas, lo que puede servir de freno a nuevas y previsibles acciones bélicas.
La prueba más evidente de que la intensa actividad desplegada por la Prensa internacional en el área de operaciones está siendo útil para la causa de la paz la tenemos en los ataques que las Fuerzas Armadas de los EUA están lanzando contra ellas. Bombardean los centros de Prensa, matan y hieren periodistas y, a la hora de presentar sus condolencias, insinúan que la culpa la tienen las víctimas, porque deberían haberse largado ya hace días. Es un secreto a voces que Washington está presionando para que la Prensa desaparezca de allí cuanto antes, de modo que no haya testigos del operativo de represión a gran escala -ya más policial que militar- que proyecta lanzar en cuanto tome el control de Bagdad.
«Todas las guerras son iguales», se alega. Qué va. En absoluto. En este mismo momento, en el corazón de África se viven varias guerras entrelazadas que están provocando muchas más víctimas que la de Irak. Hace justamente hoy una semana, en el Congo hubo cerca de mil muertos. Pero nadie habla de eso. Los periódicos apenas mencionan esas guerras, o lo hacen de pasada. Allí no hay Prensa, de modo que los señores de la guerra pueden obrar a su perfecto antojo, masacrando a quienes les estorban.
Desde la matanza de My Lai, sabemos cuán catártica puede ser, para una opinión pública adormilada, la visión directa y concreta del horror causado por «los suyos». Hoy en día se habla de las protestas contra la guerra de Vietnam como de un admirable movimiento histórico de masas, pero poca gente recuerda que la intervención directa de los EUA en la ex Indochina comenzó en los años cincuenta, y que sólo avanzados los sesenta se generalizó la lucha en favor de la paz. De hecho, muchos críticos estadounidenses reprocharon a su propio pueblo haber cerrado los ojos durante demasiados años. En su estremecedora canción El último tren para Nuremberg («Last Train to Nuremberg», 1970), Pete Seeger no sólo acusaba al teniente Calley y al capitán Medina -responsables directos de la masacre de My Lai-, al general Koster, al presidente Nixon y a las dos Cámaras del Congreso, sino también -decía- «a los votantes, a ti y a mí».*
Hubo mucho silencio, pero al final el silencio se quebró. Y se quebró gracias al trabajo tenaz de algunos informadores, a la labor valiente de un buen puñado de artistas e intelectuales... y a los cientos de miles de jóvenes y no tan jóvenes que se negaron a matar y a morir para que se colmaran las ambiciones de una recua de desaprensivos.
La ciudadanía tiene derecho a ser informada de lo que realmente sucede, y aquellos que estamos enganchados a la vocación de comunicar tenemos el deber de atender ese derecho. Que muchos otros no lo hagan, que los de más allá mientan, que se acaben publicando toneladas de medias verdades o mentiras como castillos... Ninguna de esas circunstancias justifica que nos quedemos mano sobre mano, ejerciendo de jeremías o de plañideras, esperando a que el horror se pare por su cuenta.
¿Vale la pena dar la vida en ese esfuerzo? Darla en el sentido de despilfarrarla, de regalarla, no, por supuesto. Pero correr ciertos riesgos, calculándonos en la medida en que son calculables, sí.
Seamos sinceros: mucha, muchísima gente dilapida su vida por bastante menos.
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(*) Por si a alguien pudiera interesar, trascribo la letra de Last Train To Nuremberg:
Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / All on board! // Do I see Lieutenant Calley? / Do I see Captain Medina? / Do I see Gen'ral Koster and all his crew? // Do I see President Nixon? / Do I see both houses of Congress? / Do I see the voters, me and you? // Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / All on board! // Who held the rifle? Who gave the orders? / Who planned the campaign to lay waste the land? / Who manufactured the bullet? Who paid the taxes? / Tell me, is that blood upon my hands? // Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / All on board! // If five hundred thousand mothers went to Washington / And said, "Bring all of our boys home without delay!" / Would the man they came to see, say he was too busy? / Would he say he had to watch a football game? // Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / Last train to Nuremberg! / All on board! © 1970 by Sanga Music Inc.
[¡Último tren para Nuremberg! / ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Ültimo tren para Nuremberg! / ¡Viajeros al tren! // ¿No es ése que veo el teniente Calley? / ¿No es ése otro el capitán Medina? / ¿No son ésos el general Koster y toda su tropa? // ¿No es ése el presidente Nixon? / ¿No son ésas las dos Cámaras del Congreso? / ¿No estoy viendo también a los votantes, a ti y a mí? // ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Ültimo tren para Nuremberg! / ¡Viajeros al tren! // ¿Quién empuñó el rifle? / ¿Quién dio las órdenes? / ¿Quién fijó el plan para asolar la tierra? // ¿Quién fabricó la bala? / ¿Quién pagó los impuestos? / Dime, ¿es sangre esto que cubre mis manos? // ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Viajeros al tren! // Si 500.000 madres fueran a Washington / y clamaran: "¡Devolvednos a nuestros hijos ahora mismo!", / ¿qué haría el hombre al que han venido a ver? / ¿Decir que estaba muy ocupado? / ¿Diría que tiene que ver un partido de fútbol? // ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Último tren para Nuremberg! / ¡Ültimo tren para Nuremberg! / ¡Viajeros al tren!]
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de abril de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de marzo de 2017.
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