«Smokey» es un perro pastor precioso que vive –que malvive– en Nueva York. Una noche, hace dos semanas, un taxista enloquecido atropelló a «Smokey» en la Quinta Avenida, frente a Tiffani's, y lo dejó malherido sobre la calzada. El taxista se dio a la fuga y el pobre «Smokey» hubo de esperar más de una hora hasta que fue atendido.
¿Quién dijo que la Gran Manzana no tiene corazón? Todas las manzanas lo tienen: es ley de la Naturaleza. Desde que «Smokey» fue internado en ún hospital canino y los periódicos contaron su desgracia, el centro ha recibido más de cuatrocientas llamadas de personas que se interesan por su estado. En la recepción del hospital no salen de su asombro: han llegado también cientos de postales y cartas, procedentes de toda la nación –desde California hasta la isla de Nueva York, según cantó el gran Woody Guthrie–, firmadas por chicos y mayores, pobres y ricos, cultos e ignorantes. La mayoría de los mensajes tienen el mismo texto: «Smokey: iponte bueno!». Otras se explayan: «Querido Smokey: Sabemos que San Francisco vigilará para que te cures con los cuidados de ese doctor y esas enfermeras estupendas, y que pronto volverás a jugar». «Perro grandote y guapo: rezo por tí todos los días. iTodo el mundo te quiere!».
«Smokey» no sólo ha recibido respaldo moral. También dinero. Han llegado tantos donativos a su nombre que ya se ha constituido un organismo para gestionar los fondos: «Fundación Pro-Curación de Smokey», lo han llamado.
¿No es una historia maravillosa? Esta enternecedora reacción colectiva ha reforzado mi fe en el género humano, bastante desfallecida en los últimos tiempos.
Bien es cierto que, en el mismo accidente en que el bueno de «Smokey» fue atropellado, también resultó malherido su amo, un vendedor ambulante ciego de 64 años llamado Thomas Amstrong, que parece que puede quedarse cojo para el resto de su vida.
Desde que fue internado en un hospital público, Amstrong ha recibido exactamente cuatro cartas y dos visitas. De dólares, claro, nada. Los periódicos –la voz de la conciencia social– han publicado numerosos reportajes sobre el pobre y valeroso «Smokey», pero sólo algunas breves notas sobre su misérrimo propietario.
Pero, bueno, es natural. Gracias a Walt Disney, sus dálmatas y sus Plutos, a Rin Tin Tin y Lassie, la sociedad norteamericana está adecuadamente sensibilizada, y no pierde ocasión de sufrir ante la desgracia de un perro malherido.
En cambio, ¿qué interés puede tener para nadie un negro viejo ciego y cojo? Nueva York está llena de ellos. Uno más o menos le da igual a todo el mundo.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de abril de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de enero de 2018.
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