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1998/11/11 07:00:00 GMT+1

Una sociedad conservadora

Prendas de las ideas, hábitos del pensamiento, las palabras, como las ropas, también se gastan con el uso. A veces se convierten en andrajos irreconocibles. ¿Qué queda de su latín primitivo en el muy castizo équili cuá? ¿Quién piensa en sacrificios de bueyes cuando habla de hecatombes? ¿A cuántos lo bárbaro les sigue sonando a extranjero?

El lento desgaste de las palabras produce en ocasiones efectos paradójicos. Conservador, en el lenguaje de la política actual, no es ya el que se prefiere mantener el orden social existente, sino el que intenta empujarlo hacia la derecha (aún más hacia la derecha, quiero decir).

No es fortuito ese deslizamiento del significado. Permite que coexistan el añejo desprestigio del término -conservador continúa funcionando como antónimo de progresista- y la evidencia de que formamos parte de una sociedad profundamente conservadora.

La sociedad española actual es, en efecto, conservadora hasta la médula. Aborrece los cambios. Sólo se apunta a alguno -v. gr.: la victoria electoral de Aznar- cuando comprende que lo necesita para asegurarse de que todo siga igual. Votó mayoritariamente a González durante años porque ésa era la mejor opción conservadora. Dejó de hacerlo cuando empezó a sospechar que podía ser peligrosa. La profunda antipatía que suscitan en la mayoría de los españoles los separatismos periféricos no se debe únicamente a la raigambre de los sentimientos españolistas: es también una reacción típicamente conservadora. Teme que puedan acabar por alterar su orden.

Incluso buena parte de los excluidos sociales -jóvenes sin ningún horizonte laboral, parados de larga duración, inmigrantes en situación ilegal- son -en menor medida, claro está, pero también- conservadores. Confían en que sea la continuidad del orden la que traiga la solución de su problema (del suyo individual, porque muy pocos se conciben como parte de un grupo, de una clase).

Y cuando no confían en que el orden social vaya a hacerles un hueco, tampoco ponen su fe en ningún cambio: desesperan.

Suele decirse que ésta es una sociedad de centro, y se toma eso como prueba de su ponderación y mesura. En realidad, la mayoría se ha ido amontonando en el centro no porque haya superado dogmas y prejuicios, sino porque el centro es el punto más lejano de cualquier frontera, de cualquier riesgo.

Hubo un tiempo en que amplios sectores sociales coincidían con el viejo lema de Tácito: «Es poco atractivo lo seguro; en el riesgo hay esperanza». Ahora ya sólo las compañías de seguros aceptan riesgos.

Javier Ortiz. El Mundo (11 de noviembre de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de noviembre de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/11/11 07:00:00 GMT+1
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