Un nutrido grupo rodea la unidad móvil de TV3 situada en las inmediaciones del Congreso de los Diputados, en Madrid. Corean sin parar consignas contra los catalanes -así, en general- a los que llaman «hijos de puta». Yo no los vi, pero lo oí en la radio. «Son una pequeña minoría, una anécdota», comenta la presentadora. «No, no lo creo», responde un contertulio.
No; yo tampoco lo creo. No son una anécdota. No tiene nada de anecdótico el clima anticatalán que se está exacerbando en España. Exacerbando, que no creando: existe desde hace mucho. En los tiempos en que Miquel Roca se postulaba para presidente del Gobierno español, un veteranísimo político catalán me dijo: «Pierde el tiempo. No sólo es catalán, sino que además se le nota mucho. Los españoles podrían aceptar que su mandamás fuera gallego, como Franco, o incluso vasco, pero nunca elegirían para jefe de Gobierno a alguien tan evidentemente catalán». No sé si cabe establecer una regla tan estricta. A cambio, me consta que el recelo hacia lo catalán y hacia los catalanes es, y no de ahora, bastante intenso en muchas zonas de España, y desde luego en Madrid. Recuerdo a una chavala, muy de izquierdas ella, que me comentó un día: «¡Cómo son los catalanes! ¡Telefoneo a nuestra delegación de allí y me responden en catalán!». Como si estuvieran obligados a saber que la llamada procedía de Madrid.
Se exacerba -insisto- el anticatalanismo, y lo hace hasta el punto de que no se produce ningún escándalo por el hecho de que un periódico de gran tirada, tenido por serio, publique una lista de productos catalanes y, a su lado, otra lista de productos equivalentes fabricados fuera de Cataluña, en invitación más que clara a boicotear los primeros. Ni siquiera se toman el trabajo de pretender que los fabricantes de esos productos son catalanes nacionalistas. Como dijo Arnaud Almaric, enviado por el Papa en 1209 para acabar con los herejes cátaros de Francia, cuando le preguntaron qué hacer para distinguir entre los vecinos de Béziers a los herejes de quienes no lo eran: «Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos».
Los aprendices de brujo del PP y sus jaleadores mediáticos han puesto en marcha una campaña que, precisamente porque siembra en terreno abonado, puede ser feraz como pocas otras. Tanto más cuanto que lo que siembran es cizaña, ya de por sí prolífera.
Muchos hemos dicho muy a menudo hablando de Euskadi que los duros enfrentamientos protagonizados por los políticos han tenido siempre la involuntaria virtud de ser eso, enfrentamientos entre políticos. No trascienden, o por lo menos no con tanta ferocidad, a los actores de la vida cotidiana a ras de suelo. Por cada energúmeno de uno u otro signo que se manifiesta como tal en su vida diaria -en el trabajo, en el bar, por la calle- hay veinte, si es que no cincuenta, que se lo toman con calma. Me temo que el anticatalanismo militante que está creciendo a marchas forzadas en la España eterna es mucho más hondo. Y bastante más sólido.
España ha vivido durante estos últimos 25 años en un falso ten con ten, logrado gracias a que las mayorías de las poblaciones de Cataluña y Euskadi han venido renunciando a plantear sus aspiraciones nacionales tal cual son. En cuanto las han puesto sobre la mesa, han salido de sus tumbas todos los viejos fantasmas. Volvemos a las películas de miedo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de noviembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de octubre de 2017.
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