Gobernar un Estado y el destino de sus gentes no es como reparar coches. Los mecánicos pueden ser mejores o peores. Es cosa de mera pericia. Dirigir los destinos de un colectivo humano no es cuestión de simple técnica. No existe el buen gobierno abstracto, genérico.
Franco fue un buen gobernante para quienes participaban de sus escasas y particularísimas filias y de sus casi ilimitadas y muy patológicas fobias. Y lo fue, sobre todo, para los que con él conservaron y ampliaron sus privilegios materiales y sociales. Y también para aquellos a los que sirvió como buen peón de brega circunstancial, haciéndoles funciones de faro de Occidente en el importantísimo enclave geoestratégico que representa la Península Ibérica. Por contra, fue un gobernante nefasto para la mayoría de sus coterráneos, que se vieron privados de sus libertades y derechos, tanto individuales como colectivos -allá el que tal cosa le diera lo mismo-, y para cuantos se vieron perseguidos, cuando no aniquilados, por ser coherentes con sus convicciones democráticas.
No polemizo: hay materias sobre las que no cabe polemizar sin degradarse. No cabe entrar en disquisiciones circunstanciales sobre la labor de alguien que nunca dejó de imponerse a sangre y fuego. Si un individuo es un liberticida asesino, ese hecho se impone y convierte en anecdótica cualquier otra circunstancia. El juicio moral ha de ser previo y condicionante de cualquier otro.
Hoy en día hay leyes que prohíben negar la realidad del Holocausto nazi. Detesto cualquier prohibición de opiniones, pero sostengo que algunas son radicalmente indecentes. Y, en consecuencia, me niego a considerarlas. ¿Que Franco hizo cosas buenas? Vale: y Hitler excelentes carreteras. Por Dios.
«¡Cuánto cuesta morir!», parece que susurró Franco poco antes de exhalar su último suspiro. Se ve que le sorprendía la lentitud de su propia muerte, sabiendo con qué facilidad él había hecho suprimir de la faz de la tierra a tantos otros.
Lo que no sabía es que enterrar su herencia iba a costar mucho más.
Es lo malo que tiene optar por reformar las dictaduras, en lugar de romper definitivamente con ellas.
Javier Ortiz. El Mundo. 19 de noviembre de 2000. Subido a "Desde Jamaica" el 17 de noviembre de 2011.
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