Lo reconozco: siento una extraordinaria admiración por Felipe González. Me pasma su desbordante, su infinita, su feraz -y feroz- producción de mentiras. Es capaz de mentir a todas horas, despierto o cansado, pie en tierra o a 6.000 metros de altura, en privado o en masa, con micrófono de por medio o en charla pretendidamente confidencial. Él miente, miente y miente, y tanto miente que se ha vuelto adicto a la mentira, y miente incluso cuando no le hace falta para nada, puede que por el puro placer de mentir, o tal vez por irresistible y patológica compulsión falsaria. Su ubérrima producción de engaños hace de él un fenómeno de la Naturaleza. Como un cerdo de tres cabezas. Como un burro de cinco patas.
Tomemos, por ejemplo, sus declaraciones de anteayer. Pretendió que no tenía nada que negociar con Alfonso Guerra, y ello por dos razones: porque el vicesecretario no representa a un sector diferenciado dentro del partido y porque, a un paso del Congreso, ya no hacía al caso pactar por las alturas. «Eso corresponde ya a la soberanía de los delegados», sentenció. Ya ven: dos razones, dos mentiras. Él sabe -lo sabemos todos- que Guerra sí está al frente de una tendencia distinta de la suya. Y también sabe -y sabemos- que los delegados votarán lo que previamente hayan pactado sus jefes de fila. De hecho, ayer al mediodía acabó reuniéndose con Alfonso Guerra para negociar con él en tanto que representante de una facción diferenciada, y «la soberanía de los delegados», que 24 horas antes era sagrada, hubo de irse de paseo hasta la hora del café.
Miente, miente González, y miente a velocidad pasmosa. Aún resonaba el eco de sus mentiras sobre Guerra y ya estaba diciendo otras a cuento de Suzuki-Santana: «El Estado no puede encargarse de producir coches; eso ya no lo hace ningún país moderno». Vale: la Régie Renault, empresa que fabrica algún que otro coche, es propiedad del Estado francés. Sin ir más lejos.
Miente tanto este hombre que lo raro es que pronuncie alguna verdad. Anteayer dejó escapar una: «Seguiré mientras los ciudadanos me aguanten». Eso es cierto, pero cabe alegar en su descargo que él no cree que lo sea. Está convencido de que, si quisiera, podría continuar mandando de por vida.
Amo y señor de la España vuelta erial, en la cumbre de la apoteosis de sí mismo, ahora ha reunido un tinglado que ha llamado -total, otra mentira más ¿qué importa?- «Congreso socialista». De hecho, se trata de un concurso para felipistas aventajados: al que mienta mejor y más a gusto del jefe, premio.
Ya en la inauguración, Lerma puso el listón muy alto: dijo que el PSOE está para «defender a los ciudadanos de los grupos de poder». ¿Difícil de superar? Sí, pero lo lograron: aprobaron una moción de apoyo a los trabajadores de Santana.
Y es que como gobernantes serán un desastre, pero como farsantes, ¡Señor, qué portento!
Javier Ortiz. El Mundo (19 de marzo de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de marzo de 2012.
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