Y es el tiempo desatado: las grandes lluvias de agosto, las tormentas, el rayo que no cesa, el pedrisco, las riadas, las inundaciones.
Escucho por la radio a un supuesto técnico: «No es que el verano sea malo; es que el otoño se ha adelantado». Y se queda tan ancho. Y el locutor no lo manda al guano. Como si cambiar arbitrariamente las fechas del calendario solucionara algo. Como si el otoño europeo se caracterizara año tras año por las facilidades que proporciona a sus habitantes para pasear en barca por las calles más céntricas de las ciudades.
Lo que está ocurriendo es muy raro -inaudito, literalmente hablando- y la incapacidad de los especialistas para explicarlo de manera convincente alimenta la natural zozobra. ¿Estamos ante una consecuencia directa del cambio climático provocado por la imprudencia humana, ante un daño colateral derivado del desarrollismo ciego, o se trata, en lo esencial, de un fenómeno natural incontaminado? La primera hipótesis cuenta con bastantes más adeptos que la segunda, a lo que parece.
Pero, en medio de tanta desolación y tanto discurso oficial de condolencias, sigue sin escucharse la voz de ningún gobernante europeo que ponga sobre la mesa la urgencia de un serio replanteamiento del modelo de confort social imperante, cuya materialización lleva aparejado el deterioro irremisible del medio ambiente (en general) y de la atmósfera (en particular): la demencial preponderancia del vehículo particular como medio de transporte, los sistemas altamente contaminantes de generación de energía, el despilfarro de la propia energía creada, la deforestación sistemática, la urbanización apabullante... La Europa rica debería estar afrontando ya una reorientación radical de su modo de vida, pensando no sólo en las tópicas generaciones futuras, sino en las bien concretas del presente. Y debería hacerlo no por imperativo de ninguna elevada conciencia, sino por elemental espíritu de supervivencia. Por pura economía: pronto comprobaremos que los cálculos erróneos sobre el cambio climático van a salirnos por un ojo de la cara, si es que no por los dos.
Pero nadie asumirá la necesidad de ese replanteamiento. Y quienes lo defiendan serán pasados por las urnas, porque los electores europeos ya han demostrado de sobra que detestan las profecías de las Casandras. A cambio, seguro que organizan una cumbre mundial para estudiar el asunto. Porque las cumbres visten mucho, permiten lucir el palmito a los gobernantes, no comprometen a casi nada y a lo que comprometen, con no cumplirlo, asunto concluido. Se ha convertido en una ley de aplicación universal: si quieres saber qué problemas no van a solucionarse de ninguna manera en el futuro tangible, entérate de qué van a tratar las próximas Cumbres mundiales.
La más inmediata va a celebrarse dentro de nada en Johannesburgo y tiene como asunto estrella el desarrollo sostenible.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de agosto de 2002) y El Mundo (17 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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