La reflexión me vino a la cabeza el sábado por la noche, en la casa que tengo en Aigües, cerca de Alicante. Estaba viendo en televisión un anuncio de Iberdrola, muy largo y muy farde, en el que la compañía contaba lo estupenda que es, y recordé que esa misma mañana me había enterado del último largo corte de suministro sufrido en la zona: seis horas sin fluido eléctrico en medio del tórrido junio mediterráneo. Gracias a la estupenda Iberdrola, por supuesto.
Por allí es el pan nuestro de cada día. Ora porque hace viento, ora porque el frío ha congelado no sé qué, ora porque el calor ha ablandado o derretido no sé cuál. Cortes y más cortes. Casi siempre breves, pero a veces largos, e incluso muy largos. De horas y más horas.
«Mantener niveles óptimos de mantenimiento de una red tan amplia resulta tremendamente costoso», alegan.
No te giba. Y una campaña de publicidad en televisión, ¿qué? ¿Sale barata?
Con el dinero que se gasta en un solo spot, Iberdrola podría tener las instalaciones de la zona de Aigües como los mismísimos chorros del oro.
Pero ése es sólo un ejemplo -pequeño, hasta nimio- del mucho dinero que algunos gastan alegremente a diario y en todas partes para tratar de justificar que no se gastan prácticamente nada en lo que en realidad hace falta.
Muestra mucho más aparatosa: la reciente Cumbre Mundial contra el Hambre. ¿Cumbre? No llegó ni a promontorio. Sólo acudieron a ella dos jefes de Gobierno, y ambos por obligación: el uno, porque era el anfitrión, y el otro, porque ejercía de presidente de turno de la UE. Allí no se tomó ninguna resolución práctica. Ni ganas. Ignoro qué costó la organización del tinglado, incluyendo el traslado de todas las delegaciones, su estancia en los mejores hoteles de Roma, su manduca y sus saraos nocturnos, pero me juego lo que sea a que con el dinero que se gastó en esa seudo Cumbre se podría haber hecho algo bastante más útil contra el hambre. Por ejemplo, haber dado de comer a varios a millones de hambrientos.
Hace años participé en un encuentro propiciado por la entonces CE (hoy UE). Era sobre los problemas de la emigración ilegal. Me pidieron que presentara una «comunicación», o sea, una intervención de chichimoco. Cinco minutos.
Algo así como una quincena de supuestos expertos nos encontramos en un salón de un importante hotel de Madrid. No había público. Cuando pregunté por qué, me dijeron que aquello era «una sesión de trabajo» destinada a ofrecer «enfoques alternativos» a los órganos ejecutivos comunitarios.
Lo cierto es que en toda la «sesión de trabajo» no escuché demasiados «enfoques alternativos». A decir verdad, no recuerdo ni uno. Es posible que lo hubiera y se me escapara, porque, no habiendo lugar al lucimiento, todo quisque leía sus papeles a la carrera, como si se tratara de una competición contrarreloj. Lo único que me quedó claro es que no había nadie que no compadeciera mucho a los pobres inmigrantes y no fuera consciente de la necesidad de hacer «algo».
Una vez concluidas las justas de velocidad expositiva, los organizadores agradecieron «muchísimo» nuestras «interesantísimas» exposiciones y -con cierta elegante displicencia, pero sin demasiado remilgo- nos largaron un sobre a cada uno. En el mío había un cheque por 30.000 pesetas.
Con el cheque en la mano, y un tanto abochornado por el espectáculo, me dirigí a uno de los organizadores y le dije que, vista la predisposición solidaria unánimemente mostrada por todos los participantes, proponía que nos pusiéramos de acuerdo y entregáramos el dinero cobrado con tan poco esfuerzo -y, sobre todo, con tan poco tiempo- para que engrosara las menguadas arcas de alguna organización realmente no gubernamental. Le propuse, en concreto, Algeciras Acoge. La respuesta del menda fue automática: qué buena idea -oh, sí, qué magnífica idea- y cuán indicativa del clima de esta reunión... pero, lamentablemente, impracticable, de todo punto impracticable... y perdóname, Ortiz, que tengo que atender...
La verdad es que esos dineros no son trasvasables.
Iberdrola no tiene la menor intención de renunciar a hacer publicidad en televisión, por mucho que se le demuestre que está desatendiendo necesidades mucho más perentorias.
La ONU nunca dejará de organizar Cumbres vacuas, al margen de que tenga perfecta constancia de que su utilidad es nula.
La burocracia comunitaria no dejará de organizar carísimas «sesiones de trabajo», por evidente que resulte que sólo sirven para que algunos den el pego.
A fines propagandísticos, es lícito decir que con lo que cuesta un avión de combate se puede construir un hospital, pero todos sabemos que el dinero destinado a ese avión, en el caso de que el Estado renuncie a comprarlo, jamás se destinará a la construcción de un hospital.
El despilfarro es sólo aparente. O, mejor dicho, lo es sólo desde la consideración de los intereses colectivos. Pero no lo es si consideramos los intereses de clase o de grupo, que son los que priman en todo y para todo. Porque el hecho es que hay gente que vive de ese despilfarro: de vender humo, de dar el pego, de fingir que se hace algo... y de las sustanciosas comisiones que se sacan de esto y de lo otro.
Gente muy bien situada. Gente dispuesta a luchar a muerte para evitar que cunda esa peligrosa idea de que el dinero podría gastarse racionalmente.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de julio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de junio de 2017.
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