Casi todo el mundo ha sufrido alguna vez esa disfunción de la memoria: asiste a una realidad y, de repente, tiene la sensación de que ya la había vivido con anterioridad exactamente igual, en el mismo sitio, con la misma gente, que hacía y decía las mismas cosas... Los médicos llaman a eso paramnesia. O también déjà vu («ya visto», en francés).
La caída de César Alierta en los brazos de Jesús Polanco produce una vivísima sensación de déjà vu. Sólo que en este caso no hay ninguna disfunción de la memoria. Hay memoria, a secas. Es, punto por punto, una reedición del intento de Juan Villalonga de desprenderse a trozos de la rama mediática de Telefónica. De quitarse el muerto de encima para entregárselo a un enterrador profesional.
No le falta al episodio ninguno de sus componentes esenciales. Incluso Felipe González se ha decidido a salir del túnel del tiempo para regocijarse del enfado del «sindicato del crimen», por más que, haya o no haya crímenes, lo que ya no hay es sindicato.
Alierta, como antes Villalonga, se ha mostrado incapaz de entender de qué va esto. Ha debido de creerse que uno puede presidir Telefónica como quien preside Fontaneda. O como preside Polanco las tiendas Crisol, que si no le dan dinero, las cierra y se queda tan ancho. No se ha enterado de que Vía Digital no está para dar dinero. Hombre, que si lo diera, miel sobre hojuelas, pero que su función principal no es ésa. Que para lo que está es para competir con Canal Satélite, robarle a Polanco el monopolio de la cosa y obligarle a seguir acumulando pérdidas. Para que no se haga el dueño absoluto del negocio del entretenimiento.
Sea como sea, no deja de tener su gracia que se apele a la competencia para referirse a este conflicto.
Me da que debo de ser una de las pocas personas que está en condiciones de emitir un juicio fundado sobre las dos empresas de televisión digital, porque soy usuario de ambas desde sus respectivos inicios. En tanto que tal, puedo afirmar y afirmo que hablar de competencia con relación a ellas no pasa de ser una broma de mal gusto.
No son iguales del todo: la una tiene un sistema más eficaz de pay per view, la otra exhibe una estética menos cutre... Pero, en lo esencial, son almas gemelas. Y cobran los mismos precios escandalosos (obviamente concertados) por todo. La única ventaja que presenta para el usuario su doble existencia es de cantidad. No, desde luego, de calidad.
Pero eso da igual. Porque no están para ser diferentes, sino para pertenecer diferentes.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de mayo de 2002) y, con alguna variante al final, en El Mundo (11 de mayo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de abril de 2017.
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