Los empresarios del ramo turístico están que fuman en pipa. Dicen que la temporada va de pena.
No va tan mal como pretenden -son de natural quejica-, pero es cierto: la crisis se está haciendo sentir.
Ellos se lavan las manos. Ya se sabe: la culpa es siempre ajena.
En Baleares culpan a la ecotasa, pero en Canarias no hay ecotasa, y están en las mismas.
En la costa mediterránea hablan del mal tiempo, pero a la hora de las reservas, en julio o antes, nadie sabía que en agosto iban a caer chuzos de punta.
Por excusarse, hasta se escudan en ETA. Las bombas de la Costa Blanca influirán la temporada próxima -lo harán, sin duda- pero no han podido echar para atrás a nadie en ésta: no figuraban en ningún programa de actos.
La crisis tiene otras motivaciones. Algunas incluso psicológicas: que si el 11 de septiembre y todo eso. Pero otras muy materiales: la economía europea no está como para echar cohetes, y los precios españoles no han parado de subir. Los comerciantes cuentan que el problema no es sólo que hayan venido menos turistas sino que, además, los que han venido gastan menos. Lógico.
Todo indica que estamos asistiendo al hundimiento paulatino de un modelo de explotación turística que tuvo sus orígenes en la España de hace casi medio siglo y cuya piedra angular fue el afán de masificación. Cuantos más turistas, mejor. Más y más: el turista tres millones, el turista 10 millones, el turista 20 millones... Turismo barato, primero para el proletariado europeo, luego para el europeo y el autóctono. Bloques de apartamentos, miles de camas, el chiringo y la fritanga, la hora feliz y la playa a rebosar por los cuatro costados. Sol de justicia, arena de camión, sexo a ciegas y alcohol de garrafa. Desprecio del medio natural, cada vez más degradado. Un despilfarro insostenible de agua, de servicios municipales, de sanidad.
Al final, hasta los propios turistas han torcido el gesto y han empezado a preguntar en las agencias si no queda por ahí, a distancia accesible, alguna costa todavía sin explotar del todo, en algún país con precios apañados. Y les han contestado que sí: en la ex Yugoslavia, en Turquía, en Marruecos, en Túnez.
Recuerdo haber escrito hace ya dos décadas que ese modelo turístico sólo nos podía llevar a la ruina. La gallina de los huevos de oro aún no está muerta, pero la ceguera de los malos empresarios acabará por matarla.
De momento, pone ya los huevos más pequeños. Está enferma. O la gran industria turística española emprende una profunda reconversión, con la vista puesta en el futuro previsible, o acabará por quedarse sin gallina y sin oro. Y lo que es todavía más grave: habrá dejado la costa de medio país hecha unos zorros y sin recuperación posible.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de agosto de 2002). Esta columna está basada en el apunte Crisis del modelo turístico. Subido a "Desde Jamaica" el 31 de marzo de 2018.
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