No quisiera ensañarme con el Real Madrid. No tanto por el club como por los amigos y amigas que cuento entre sus seguidores, cuyo disgusto lamento. En todo caso, me parece bastante obvio que habían concedido demasiadas posibilidades a ese equipo, gigante con pies de barro. Me acordé de la película de Jimmy Cliff, que esa misma tarde había estado viendo de nuevo: The harder they come, the harder they'll fall. Tanto más alto elevas tus fantasías, tanto más dura acaba siendo la caída, sí.
Me temo que ha habido gente que ha confundido con demasiada facilidad el culo con las témporas. No se puede despreciar con tanta frivolidad el fútbol italiano, primero y principalmente porque «el fúrbol italiano», como categoría, no existe. No es lo mismo el Inter que el Milán, ni es lo mismo la Roma que la Juventus. La Juve, supuesto prodigio de cerrazón defensiva, presunta cerocerista profesional, le metió al Madrid tres goles como tres soles. Y el galáctico Madrid, sedicente maravilla del fútbol ofensivo, deambuló por el terreno de juego como si fuera incapaz de marcarle un gol al mismísimo arco iris, demostrando que tiene una defensa con más agujeros que un calcetín de Cantinflas.
El Real Madrid cuenta con grandísimos jugadores, individualidades portentosas que, cuando están en forma, pueden trenzar jugadas de altísimo nivel. Y muy bonitas. Pero un equipo no puede cifrar todas sus posibilidades de éxito en el genio de tres o cuatro malabaristas del balón. Porque, cuando los malabaristas están cansados, doloridos o, sencillamente, no tienen su día, aflora todo lo que no hay por debajo.
Aparte de eso, tampoco estaría de más que algunos de sus jugadores dejaran de mirar los extractos de su cuenta bancaria como si fueran el indicativo de su categoría profesional y humana. Recuerdan a veces demasiado a ese Michel reconvertido en comentarista que en sus tiempos de jugador se dedicaba a insultar a los futbolistas de otros equipos llamándolos «muertos de hambre» -lo que no le impedía arrugarse cuando le tocaba aguantar el tipo en una barrera-, o a aquel Juanito de triste memoria que fue incluso capaz de pisar la cabeza de un contrario para desfogar su rabia de derrotado. Sencillamente: saber perder forma también parte de la verdadera categoría. Alguien debería explicárselo a ese botarate que se hace llamar Guti y que, cual niño en patio escolar, se dedica a hacer gestos de amenaza a los oponentes que le han entrado feamente, sin importarle predisponer al árbitro en su contra y perder con ello un tiempo que su equipo necesita.
En fin, que se lo han ganado.
Por lo demás, mis respetos -y mi agradecimiento- para Zidane. Siempre diré que he tenido la suerte de ver jugar a Pelé, a Di Stefano, a George Best, a Maradona, a Platini... y a Zidane. Qué placer para los ojos.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (15 de mayo de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de mayo de 2017.
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