Participé ayer en un encuentro con el ministro de Defensa, Federico Trillo, en la sede de El Mundo. Estábamos una veintena de periodistas.
Trillo es un político que se las arregla para parecer simpático y accesible. Estuve a punto de felicitarlo por su comportamiento políticamente incorrecto: se pasó el encuentro fumando un cigarrillo tras otro a la vera de Pedro J. Ramírez, que odia el tabaco. Pero me abstuve, no se tomara mi elogio en serio. A cambio, le planteé una pregunta educada, pero no demasiado amable, sobre el escaso entusiasmo que suscitan las Fuerzas Armadas profesionales entre los jóvenes a la búsqueda de empleo, interesándome por saber si atribuía esa desafección al desprestigio histórico del Ejército español, al bajo sueldo que ofrecen a los soldados profesionales o a ambas cosas.
La respuesta de Trillo fue de las que acreditan a un político profesional. Empezó marcándose una larga digresión sobre las tradiciones pretorianas de los militares españoles, que atribuyó a su falta de un horizonte exterior y que consideró ya «totalmente superadas» gracias a su integración en la OTAN, y a continuación, sin inmutarse lo más mínimo, dijo que la capacidad de convocatoria laboral del Ejército está resultando espléndida. «Los expertos consideran que, cuando se consigue cubrir un 75% del total de las plazas que se convocan, la convocatoria es un éxito», dijo, con una sonrisa de oreja a oreja.
Fantásticos, los «expertos» del ministro. ¿Cómo se puede pretender eso en un país en el que se convocan oposiciones para cubrir tres plazas de lo que sea y se presentan 300 candidatos, como poco? Pues en gerundio. Porque algo hay que decir para justificar que en la última convocatoria de las Fuerzas Armadas hubiera más plazas disponibles que aspirantes a ocuparlas. Y para disimular que el resultado impepinable de ello es que no tienen modo de aplicar un criterio de selección mínimamente riguroso. Una situación que se ve agravada por el hecho de que son muchos los que entran y antes de un año salen huyendo, fenómeno que Trillo describió como «deficiencias en nuestra capacidad de retención» (sic).
¡Qué capacidad la de este hombre para dar vueltas a la noria! Según él, la hipótesis de nutrir de extranjeros la tropa no se debe tampoco a que los jóvenes españoles se abstengan, sino a la voluntad de contribuir a la integración de los inmigrantes. Lo mismo que la instalación de guarderías en los cuarteles: mero deseo de las FFAA de ayudar a la igualdad entre los sexos.
Lo más fascinante de sus argumentaciones exculpatorias era la evidencia de que él sabía que nosotros sabíamos que todo aquello era una milonga. No trataba de convencernos de nada: se limitaba a decir lo que quería que hoy saliera publicado. Un puro ejercicio de esgrima.
Así está la política: se miden las capacidades personales a partir de la habilidad de cada cual para irse por peteneras sin dar demasiado el cante.
Aunque todo el mundo sepa que las peteneras son un cante.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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