1. Será que está de Dios
Según relatan hoy todos los medios, las empresas concernidas en la construcción en Granada del viaducto que ayer fue escenario de un grave accidente de trabajo, con seis muertes como resultado, tienen fama de serias. Al parecer, no les resta seriedad el hecho de que la adjudicataria de la obra subcontratara a otra empresa, y ésta, a su vez, a otra.
Lo que se vino abajo fue un aparatoso artilugio -una autocimbra- que sirve para trabajar a gran altura sin apoyatura en tierra. Se supone que ese tipo de plataformas disponen de anclajes de seguridad que se activan en cuanto el tinglado pierde alguno de sus puntos de apoyo.
La que empleaban ayer en la construcción de ese viaducto de la autovía del Mediterráneo no lo hizo. La empresa propietaria dice que hace muy poco que la autocimbra pasó sin problemas una inspección técnica.
Tal como lo cuentan todo, sólo dejan una explicación al accidente: se ve que estaba de Dios. Es como en el tango Adiós, muchachos: «Contra el destino nadie la talla».
Yo me pregunto, sin embargo, qué sentido tiene que haya empresas que licitan para que se les adjudique una obra de cuya realización plena o no pueden o no quieren encargarse, por lo cual subcontratan a otra a la que le sucede otro tanto, razón por la que ésta hace lo propio con una tercera. Me digo yo que si las tres empresas tienen que obtener beneficio por la misma obra, o se encarece la factura final o se rebajan los costes de la producción. Como lo primero no es posible, porque se trabaja conforme a un presupuesto previamente pactado, lo inevitable es lo segundo. Y lo segundo sólo puede lograrse contratando mano de obra menos cualificada -y peor pagada- y utilizando maquinaria y materiales más baratos. De cajón, ¿no?
Segundo punto, no menos elemental: si un artilugio tan serio y tan delicado como una autocimbra, del que dependen a diario decenas de vidas, pasa con éxito una inspección técnica y a los pocos meses se viene abajo, es que ese género de inspecciones son una mierda. De lo cual no culpo -no en exclusiva, por lo menos- a los inspectores, que probablemente son muy pocos y están desbordados de trabajo.
Aquí nada está de Dios, entre otras cosas porque Dios no existe. Aquí lo que falla es el rigor de las adjudicaciones y la seriedad de las inspecciones. Si el Estado se dedicara a legislar menos y a aplicar más las leyes ya existentes, poniendo los medios materiales y humanos para imponer su cumplimiento y penalizar su trasgresión, otro gallo cantaría.
2. Cuatro
Me quedé de piedra viendo ayer los primeros pasos de Cuatro, el nuevo canal en abierto de Polanco. Me pareció todo bastante torpe y, sobre todo, inesperadamente chabacano.
La imagen de marca del nuevo canal es, en efecto, de una pasmosa falta de elegancia. «¿Cómo puede ser que hayan hecho algo tan malo quienes partían de la base de Canal +, que cuenta con una estética realmente moderna, ágil y solvente?», me pregunté. Y me respondí en cosa de nada: «Porque la estética de Canal + se limitaron a copiarla de la empresa matriz francesa». Me acordé de inmediato de lo que me contó un amigo mío, que sabe de ésas cosas, porque trabaja en ellas. Mi amigo, que habla un excelente francés, me dijo que se había dado de baja en el Canal + español y se había dado de alta en el galo. «No hay color», me dijo. «En comparación, el de aquí es muy flojo. Todo lo que han puesto de propio ha sido para empeorarlo».
El canal Cuatro es obra exclusiva de la parte española de Sogecable. Quizá eso tenga que ver.
Pero me niego a convertir esa explicación en la madre del cordero. Aquí hay buenos técnicos, buenos creativos, gente con ideas. Estoy convencido de que podrían haberlo hecho mucho mejor. Si se han conformado con esa chapuza, sólo puede ser por una razón: el dinero. Polanco no quería gastar más en esa aventura.
Establecido lo cual, las posibilidades de especular con las verdaderas intenciones del patrón de Sogecable son muchas. Muchísimas.
Lo que queda de concreto, en todo caso, es otro canal más que no apetece ver.
3. La tortilla francesa
Mi amigo Gervasio Guzmán tenía ayer el día gamberro. Me telefoneó para hacerme un par de gracias a costa de los sucesos de Francia. «¿No te parece que lo que está sucediendo con esa revuelta juvenil bien podría tomarse como una especie de plan renove? Con tanto coche quemado, el parque automovilístico francés se va a rejuvenecer mucho...» Le respondí que todo depende de quién acabe pagando los platos rotos, es decir, los coches incendiados. Si tienen que hacerlo las compañías de seguros, aún. Pero como las compañías se laven las manos y hayan de ser los propietarios de los coches los que apechuguen, la cosa no tiene ninguna gracia.
Pero Gervasio no estaba en plan de desanimarse. Prosiguió:
-Otra cosa. He oído en la tele a un chaval de los participantes en la bronca que decía que eran conscientes de que estaban perjudicando a gente que no tiene la culpa de nada, pero que no tienen más remedio, si quieren que su protesta sea tenida en cuenta. Me recordó a Carlos Solchaga, cuando se refería al daño que sus reconversiones estaban causando en las poblaciones obreras de la margen izquierda, de Sagunto, de Cádiz, de Vigo, de Asturias. Decía el superministro de González con total cinismo: «Para hacer una tortilla hay que cascar huevos». Es más o menos lo que afirman ahora estos chavales desde el bando opuesto. ¡Sólo les falta decir que los coches calcinados son «daños colaterales»!
Ya digo que Gervasio tenía ayer el día gamberro.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (8 de noviembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de octubre de 2017.
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